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2003

HISTORIA Y ARQUEOLOGIA MARITIMA

EXPEDICION DE ESTUDIO DE ASENTAMIENTOS BALLENEROS HISTORICOS EN LA ANTARTIDA ARGENTINA

CAMPAÑA ANTARTICA ENERO 2003

La Asociación Buque Austral Patagónico, junto con el Museo Marítimo de Ushuaia y el Museo Naval de la Nación, realizaron una expedición en Enero del 2003 por las islas de la península Antártica a bordo del buque museo itinerante "Ice Lady Patagonia"
Los datos presentados aquí corresponden en forma parcial a la Memoria presentada al Consejo Internacional de Museos, al Congreso Internacional de Museos Marítimos y organismos nacionales e internacionales no gubernamentales, competentes en actividad antártica e Historia Marítima.

Los autores del presente trabajo son el Lic. Guillermo May , el Lic. Carlos Pedro Vairo y el CN Horacio Molina Pico

RESUMEN

La Asociación Buque Austral Patagónico, en conjunto con el Museo Marítimo de Ushuaia y el Museo Naval de la Nación desarrolló entre el 6 y el 24 de enero de 2003 por medio del buque museo itinerante “Ice Lady Patagonia” una expedición de estudio de los asentamientos balleneros históricos en la península antártica, con el objeto de contribuir a la conservación y conocimiento del patrimonio, y promover el rescate de la memoria cultural relativa a tal actividad.

Se reseñan el planteo de la investigación y su apoyatura histórica, los trabajos de formulación de inventario evaluado de los testimonios culturales existentes y los estudios de gabinete e interpretación practicados y se presentan conclusiones y recomendaciones.

INDICE

Introducción Antecedentes Históricos

Recorrido y fechas Desarrollo de la Expedición

Isla 25 de Mayo (King George)Isla Decepción

Islas Nansen Isla Media Luna

Puerto Charcot Puerto Lockroy

Análisis y Evaluaciones Detalle de las embarcaciones

Conclusiones y Recomendaciones Fotografías

Derechos de autor reservados por los autores - Depósito 74.481 - Autorizada la cita total o parcial de textos y la copia de figuras y diagramas, con mención exacta del título y autores. Queda prohibida toda otra reproducción por cualquier método que fuere.

Extraído de la publicación HISTORIA Y ARQUEOLOGIA MARITIMA http://www.histarmar.com.ar/SubArch/BallenerosBase.php 
de Carlos Mey - Tel.: (5411) 4792-2326 Fax (5411) 4733-6647 - Martínez - Argentina

2006

EXPEDICION DE ESTUDIO DE ASENTAMIENTOS BALLENEROS HISTORICOS EN LA ANTARTIDA ARGENTINA

CAMPAÑA ANTARTICA ENERO 2006

Nota de la revista "Bienvenido a bordo" Año XVII - Nº 168. Mayo / Junio 2006
Texto: Hormiga Negra
Fotos: Juan Pablo Pereda

LA SORPRENDENTE ANTÁRTIDA

El buque partió de Buenos Aires el 16 de enero de 2006 y con solamente una escala técnica en Puerto Pirámides (Golfo Nuevo) para embarcar el equipo del jefe de buzos Ricardo "Pinino" Orri, y una corta exploración, sin fondear, de la bahía San Gregorio y la isla Leones, el 25 estuvimos en Ushuaia, después de una navegación sin mayores novedades, tiempo más bien duro y el uso e mucha vela cuando se daba el NW.

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EL DRAKE

El 27 de enero dejamos el muelle de Ushuaia a la noche y a la 0145 del 28 entramos en Almanza para dejar el paso Mackinlay libre para el Marco Polo, que también partió esa noche para la Antártida; al final de ese día fondeados en Puerto Español a causa de pronósticos inciertos para encarar el Drake. Para un buque como el Ice Lady Patagonia, con velocidad de crucero de alrededor de 10 nudos, es conveniente esperar lo que llaman una ventana meteorológica entre dos pronósticos de vientos duros, para cubrir las 460 millas (más las 65 entre nuestro fondeadero y la latitud del cabo) que hay entre la zona del Hornos y la entrada al estrecho Larrea, en las Shetland del Sur, con relativa comodidad y mayor seguridad. Nos la habían pronosticado para las últimas horas del 29. la información provenía de comunicaciones directas telefónicas -por satélite- con Marina de Río Grande y mediante comunicaciones por BLU con el SARA (Servicio de Radioaficionados de la Armada) atendido en la ocasión por Norberto E161, Saúl EO83 y Arnaldo B027, quienes nos resumían el pronóstico de Marina para nuestra zona una vez por día. Lo que encontramos al perder el amparo de la costa nos demostró que nos habíamos adelantado demasiado y que el SW aún soplaba duramente, haciendo difícil mantener el rumbo ideal y tornando muy incómoda la vida a bordo, dado que ese tipo de casco rola severamente. La primera experiencia demostró que todos los que no sabían si se mareaban, supieron que sí, se mareaban. A la noche disminuyó la intensidad y el 30 decididamente calmaba a unos 13 nudos y borneaba al ENE, permitiéndonos abrir velas y avistar la isla Smith y el estrecho Larrea a las 0900 del 31. Nos llamó la atención la ausencia total de témpanos en el tercio del Drake, como era habitual, y que solamente aparecieran unos pocos casi en la costa de las islas. experiencia de dirigir una en otros tiempos. 

INDAGACIONES EN LAS SHETLAND 

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La ilusión al arribar a la Antártida es que se va a pisar terreno que nunca fue hollado por un pie humano. Y en el caso de encontrar seres de nuestra especie, aislados en esas lejanas regiones, se espera hallarlos ansiosos del cálido contacto humano de fraternales navegantes como nosotros. Nuestra primera intención fue explorar el extremo Oeste de la isla Livingston, para relevar unas chozas de piedra muy antiguas que habían servido de refugio a los primeros cazadores de lobos marinos, que los loberos primitivos estacionaban por largas temporadas en la costa. Con esa intención fondeamos en una protegida bahía en cuya playa lo primero que vimos fueron unas carpas anaranjadas y poco después, cuando ya habíamos largado nuestros botes, una áspera voz muy hispánica nos increpó duramente por VHF, diciéndonos que ese lugar estaba reservado para una investigación sobre la nidificación de los cormoranes y que no teníamos especial autorización, nos deberíamos ir inmediatamente de allí. Aleluya, nos dijimos, seguimos en el Planeta Tierra. Pero para entonces un contingente había tocado tierra en la pedregosa playa y el bote volvía a bordo. Un personaje que no quiso dar su nombre, aunque se tituló jefe de ese grupo, regañó duramente a los que habían desembarcado, recalcando que ellos -los del campamento- hacían sus necesidades en bolsas para no contaminar (lo dijo en un español más claro y preciso) y que los desembarcados andaban pisoteando todo sin autorización. Pudimos establecer la comunicación con los nuestros y los fuimos a reembarcar, pero esa playa era y había sido probablemente el único punto de bajada para llegar a la punta Este y buscar las chozas, porque cuando con la lancha de Vairo se buscó por mar otro lugar adecuado, una barrera de ríspidas rocas lo impidió. Nos quedamos, pues sin las comprobaciones programadas y levamos hacia otro destino menos poblado: la isla de los Pingüinos, al extremo opuesto de las Shetland, hacia el Este, en la isla 25 de Mayo. Era un lugar verdaderamente remoto y bajamos un contingente para relevar y documentar una larga costa pedregosa sembrada de huesos de ballenas, inequívoco lugar de faena temporario, ya que no hay abundancia de plataformas adecuadas para esos fines por ahí. También existía una gran colonia de pingüinos, marcada como reserva en el derrotero. En el momento en que uno de los expedicionarios se acercó demasiado a los pingüinos, apareció una cantidad de gomones con hordas de turistas enfundados en trajes anaranjados, procedentes de un buque ruso que había fondeado al otro lado de la montaña, todos fotografiando la temeraria incursión de los tripulantes del Ice Lady. La soledad y el aislamiento, decididamente, no iban a ser una realidad en esta nueva Antártida y cualquier paso en falso de nuestra gente quedaría conveniente e internacionalmente documentado. De paso, el tripulante que se acercó a los pingüinos, que no oyó las advertencias del resto por tener apagada la radio para ahorrar baterías, mereció el primer título de "tarantar" (tarado antártico) que se instituyó en este viaje. Al reemprender nuestro recorrido se nos presentó un insólito espectáculo: un témpano invertido. No lo malinterpreten. Era uno que había tumbado y cuya parte sumergida se hallaba hacia arriba. Eso es bastante frecuente, salvo que en este caso lo que mostraba era de color verde oscuro, casi negro. Un témpano negro es, ciertamente y sin connotaciones racistas, algo muy extraño. El fenómeno se debía aparentemente a la composición del hielo y a bacterias y algas dentro de su masa. Pero era notable; parecía una piedra dura, de esas que se tallan, llamadas cristal de roca o, menos poéticamente, semejaba las entrañas de un monstruo prehistórico. Los cazadores de imágenes de a bordo nos dieron un concierto de "clics" con esas máquinas electrónicas que funcionan como ametralladoras que casi funden al impúdico iceberg traste al aire.

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ENCUENTRO CÁLIDO

Al barrido programado de las Shetland, de Este a Oeste, que nos habíamos propuesto, le seguía Puerto Visca, en el fondo de la bahía Lasserre, siempre en la isla 25 de Mayo, un lugar muy apto para fondear debido a su poca profundidad relativa, rodeado de dos glaciares importantes y amparando la base brasileña Ferraz. Ya estaban allí el aviso ARA Suboficial Castillo, destacado en la región, y el buque polar brasileño Ary Rongel. Atropellando escombro de hielo, del que había mucho, bajamos, previo permiso (ahora lo otorgan a veces y preguntan primero cuántos son los que van a desembarcar) a la base brasileña donde fuimos recibidos personalmente por su jefe, el Capitán de Fragata Dastos, quien nos dio la bienvenida y nos asignó un guía cada ocho o diez de nosotros, que nos llevó a conocer la base, toda la base, hasta sus más recónditos laboratorios, en cada uno de los cuales el o la investigadora se ponía de pie, nos saludaba y nos explicaba su trabajo. La gira culminó con un café con galletitas en el cómodo comedor y una remera de regalo para los más conspicuos. Fue el mejor recibimiento y la base más próspera y organizada que visitamos, muy mejorada desde el 2003. En ella estaba una de las chalanas de carga de los balleneros, muy bien conservada. El lugar había sido factoría inglesa y en su playa de musgo verde Jacques Cousteau armó, con huesos desparramados ahí, un esqueleto completo, probablemente el más retratado del mundo. El regreso al buque fue un poco mojado y congelador, porque se había levantado NE de 30 nudos y el hielo se había apretado contra la costa, mientras nevaba un poco. La mañana del 2 nos quedamos en puerto Visca, mechando la espera con una visita de cámara al aviso ARA Suboficial Castillo, donde fuimos muy agradablemente recibidos por su comandante, el Capitán de Corbeta Marcelo Dalle Nogare, y su plana mayor, mientras otro equipo nuestro inspeccionaba la base ecuatoriana que no estaba activa y la Machu Pichu, peruana, que sí lo estaba; la recepción fue muy amable, pisco sour incluido. Por la tarde nos acercamos a la base polaca Arctowski, donde solamente bajó Vairo con una pequeña comitiva porque tenían visitas. En sus proximidades funcionó otrora una estación ballenera de la que quedan muchos vestigios, algunos de ellos conservados en un pequeño museo. Como nos informaron que una vieja prohibición de adentrarse en la bahía cercana -por haber sido un lugar de nidificación de pingüinos- ya se había levantado (no queríamos otro lío ornitológico), y que se creía que había restos de un ballenero hundido, nos adentramos en lo que sorpresivamente se llama bahía Escurra, estuvimos explorando y buceando el área hasta el día siguiente, lamentablemente sin resultados. El lugar es notable por una isla prácticamente piramidal que brota del mar con orillas a las que no se puede trepar ni con las uñas. Treinta y seis tripulantes limpios fue demasiado para la planta desalinizadora del buque y se presentaba la amenaza de un duro racionamiento si no conseguíamos reforzar las reservas de agua dulce que, como se sabe, es lo que menos abunda en la Antártida, por cierto en su forma líquida, salvo acudir a rarísimos chorrillos y embarcarla en barriles, como se hacían antes, ya que las bases la obtienen con alto costo de energía y tampoco hay muelles donde tender una manguera. La presencia cercana del buque ya citado de la Armada Argentina, un muy marinero aviso construido en Norteamérica por los años cuarenta, cuya misión ahí era el apoyo y seguridad de los navegantes y el cuidado de la ecología, tarea en que se turna con un buque chileno para el mismo fin durante el verano, nos indujo a solicitarles si podían darnos agua. La respuesta inmediata fue afirmativa y poco tiempo después, frente a la base Feraz, nos abarloamos. Se pasó una manguera y, como también es costumbre, ya que estaban los mejores técnicos a mano, les pedimos que dieran una mirada al radar Furuno, que andaba mañereando y, naturalmente, a la desalinizadora. En ésta recomendaron que se precalentara el agua salada para que tuviera mejor rendimiento y el radar no tuvo remedio fácil (de todos modos teníamos otro, afortunadamente el mejor). El encuentro se aprovechó para un intercambio de reuniones de camaradería en ambos buques y permanecimos amarrados ahí toda la noche, hasta que nos pasaron cuatro metros cúbicos que, en verdad, fueron muy bienvenidos y no requirieron más incrementos durante el resto del viaje. En esas zonas alejadas las novedades llegan de a pedazos, por radio, por teléfono satelital o por correo electrónico. Uno días después alguien informó en el Ice Lady que había aparecido en La Nación la noticia que nos habían prestado auxilio en la Antártida (confundiendo el término con "apoyo logístico y técnico", que fue el usado por Marina) y que éramos "un buque de pasajeros argentino". La primera reacción de varios tripulantes fue "avisen urgentemente a nuestras esposas que estamos perfectamente no sea que empiecen a gastar a cuenta con las tarjetas de crédito", lo cual no se interpretó muy claramente y alguien mandó al diario una carta en la que afirmaba que nadie nos había dado ningún apoyo, todo lo cual creó un lógico malestar en la Marina, que merecía un desmentido y no una escalada, pero el desmentido, siempre por esas tardanzas de las comunicaciones, no salió o no llegó y el embrollo quedó lamentablemente inconcluso

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ENCUENTRO FRÍO

Esperábamos la siguiente escala, la base Jubany del Instituto Antártico Argentino, con mucha ilusión, en parte porque por fin nos encontraríamos con compatriotas que hacen punta en esas regiones y mantienen la necesaria presencia argentina, de tan antigua data, que el país merece. La escala tenía varios objetivos programados: uno de ellos era la primera audición mundial y desde ya regional, de la "Cantata para el Agua" que Mónica Cosachov había creado e iba a interpretar allí, compuesta para piano, dos violines, viola, violoncello, mezzo soprano y coro de niños y que debía ser transmitida por satélite mediante la antena para armar en tierra que portaba el Ice Lady, todo ello auspiciado por Green Cross International, entidad de la cual llevábamos, como dije antes, la representación. El otro, para nosotros, era el contacto con gente de nuestro país, ver de nuevo la placa que habíamos entregado en el viaje anterior y, en mi caso particular, volver a ver el gallardete y la placa que había llevado en el Pequod en 1987. Desembarcó primero José Tejo (Pepe Antena, para nosotros) y se abocó a armar la famosa parabólica. Lo que digo a continuación es muy personal, es decir que no deseo involucrar a la asociación en estas opiniones. Ni bien puse pie en tierra, a la vista del cerro de tres puntas que caracteriza el lugar, no me recibió nadie. Después de indagar un poco, di con el jefe de base, que apareció con un blusón manchado de pintura, explicando que tenía mucho trabajo. Le informé quienes éramos y de toda la operación Green Cross / Cosachov. No tenía la más pálida idea de nada, no estaba informado y su comentario fue que no podía alojar a tanta gente, después de lo cual, aduciendo que estaba muy ocupado, nos "dejó en libertad" de visitar la base sin más ayuda, guía o explicaciones ni mucha calidez y se fue a sus quehaceres. Otra vez me sentí en el Planeta Tierra, esta vez en tierra argentina y, sin poder evitarlo, comparé la recepción con la de los brasileños. Una fugaz imagen de Bastardillo con atuendo antártico cruzó mi mente. Por fortuna yo conocía la base (era la cuarta vez que llegaba allí) y lo primero que me llamó la atención fue la falta de nieve. Si no hubiera sido por un poco de barro, aquello parecía un pueblo de la zona seca de nuestro Norte: pura piedra. Los edificios se habían incrementado con un laboratorio alemán y otras instalaciones, a las cuales nadie nos invitó a visitar. Muy por el contrario, salían y entraban de ellas personajes que hablaban entre sí y nos ignoraban, como si fuéramos los pasajeros de un ómnibus que había hecho una parada en el camino. Entré en el comedor ante la mirada desconfiada y un tanto agresiva del cocinero, busqué las placas y los recuerdos. No había nada. Los habían reemplazado por fotos de buques visitantes. Después de indagar por los alrededores, encontré la casa de radio, donde guardaban el sello de la base para matasellar mis sobres y en ella fui atendido por un hosco operador que sin decir palabra, buscó el sello, me estampó los sobres y se volvió a su cubículo. ¿Tendría tantas visitas esta gente para que nos llevaran tan poco el apunte? Los buzos tuvieron mejor suerte. Dieron con un colega que les mostró la cámara hiperbárica, única en el área y muy importante en caso de accidentes. Pepe Antena se dio de narices con un glaciar que se le interpuso entre su aparato y el satélite, que apenas se elevaba unos grados sobre el horizonte y debió desarmarla sin señal. Regresé al Ice Lady -hogar, dulce hogar- por cierto sin que nos despidiera nadie, para gozar de la bella vista de la bahía, del Castillo que había llegado y del Puerto Deseado, el buque hidrográfico argentino que con su linda estampa anaranjada estaba desde hacía unos días. Los de Green Cross insinuaron prolongar la espera para asistir al famoso concierto, pero el almirantazgo del Ice Lady informó que no podíamos demorar porque no cumpliríamos nuestro programa científico. Menos mal que esa fue la decisión, porque al regreso me enteré de que la maniobra había transcurrido en forma accidentada. Ese día 5 de febrero en que estuvimos en Jubany, Mónica Cosachov y su equipo todavía estaban en Buenos Aires. Volaron por la noche y arribaron a Marambio, afortunadamente llevando los instrumentos con ellos, tocaron y grabaron la "Cantata para el Agua", más algunas obras de Mozart y Beethoven, y regresaron ocho horas después. Los niñitos cantores no alcanzaron a salir de Buenos Aires y lo que traía el Irízar (ya no recuerdo qué era) tampoco llegó a Jubany porque se había atrasado cinco días por el hielo en la zona del Mar de Wedell. Con los miembros de Green Cross que nos habíamos llevado nosotros, en Jubany no quedó nadie conectado con el hecho cultural, lo cual debe haber alegrado al muy ocupado jefe de la base. Me quedé pensando que si Juan Sebastián Bach escribió la célebre "Cantata del café", sumada a la del agua de Mónica, la inevitable tercera estaba cantada (una cantata cantada y que por definición se canta, ¿es igual a una cantata al cubo?) esperando autor: "Cantata para el Vino", con textos del experto enólogo polaco Charna Mròvka.

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LA BALLENA VEDETTE

Para ganar tiempo cruzamos el Mar de la Flota de noche y nos acercamos a las islas de la costa Danco por el canal Orleáns, poco frecuentado y escaso de sondajes y muy temprano fondeamos en puerto Mikkelsen, al Sur de la isla Trinidad, donde, además de visitar el refugio argentino Caillet Bois, queríamos comprobar si había vestigios balleneros. Es una bahía pequeña, muy pétrea y con cerros a pique. El refugio no estaba habitado, aunque sí accesible y dejamos frascos de dulce de leche como contribución folklórica nacional. Pinino definió la donación con una simple oración: "¿No será demasiado?". Las pesquisa no dio resultados porque no se encontraron rastros de explotación ballenera. Un nuevo diploma de "tarantar" (esta vez colectivo) se ganó el refugio, al desembarcar y dejar suelto el bote que hubo que pescarlo a la deriva. Nuestro rumbo desde allí penetraba en el estrecho Gerlache, donde comienzan los mejores paisajes de cerros antárticos. A poco de navegar por la zona asistimos al mejor espectáculo que ojo humano puede esperar en esas frías regiones. Creo que las ballenas son tan inteligentes que no solamente se comunican entre ellas con esos gemidos tan bonitos que le son característicos, sino que se enteran de todo por lo que en la superficie llamamos radio-pasillo y que ahí abajo debe circular por la zona de convergencia de las profundidades que, como es más densa, propaga los sonidos a increíbles distancias. La comunidad cetácea debe haber sabido que el Ice Lady estaba historiando su luctuoso pasado antártico y para mayor abundamiento, llevaba a bordo al emperador de los buzos de Puerto Madryn, Pinino Orri y su adlátere Mariano De Franceschi -quienes a fuerza de mostrar ballenas en el Golfo Nuevo, ya las saludan por su nombre-, porque dos magníficos ejemplares de Yubarta se acercaron a nuestro buque para ofrecernos el gran acto circense denominado "La ballena voladora", inspirado en aquella memorable escena de "Fantasía" de Walt Disney, en la que hipopótamos con pollerita corta bailan la "Danza de las Horas" de la ópera La Gioconda de Giácomo Pontielli. La pareja estaba formada por ella, una evidente alumna de Gipsy Ros Lee (la más famosa stripper norteamericana) que bautizamos Rosita en su memoria y él, "partenaire" más parco y serio que humildemente dejaba que su compañera fuera la reina del tablado. Ambas desplazaban unas cuatro toneladas cada una y medirían unos quince metros de eslora. Comenzaron, en el mejor estilo del teatro de revistas, mostrando el lomo y la cola, para pronto reaparecer de cuerpo entero en el aire, como lo ha puesto de moda el Cirque du Soleil. Ya para entonces el buque escoraba a estribor, porque la borda de esa banda había sido ocupada por treinta y dos de los treinta y seis tripulantes, todos con algún artilugio fotográfico en mano captando las apariciones de los cetáceos. Primero se mostraron un poco tímidos, haciendo verticales con el hocico, pero de pronto, obedeciendo a una orden secreta, comenzaron a saltar fuera del agua. Del mismo modo que Pinino se zambulle en el mar, Rosita y su pareja se zambullían en el aire, sorprendiéndonos cada vez más cerca con sus piruetas. No seguían un intervalo isócrono, sino que a veces eran dos o tres saltos, seguidos de una desaparición momentánea, para brotar más allá o más acá, vertical u horizontalmente, en una danza grandiosa y cómica a la vez, agitando sus enormes aletas y castigando con ellas de plano en la superficie. En algún instante, en el aire, las cruzaron en una señal de odio por Sven Foyn, el noruego que invento el cañón de caza que casi las hace desaparecer del orbe. De pronto, con la misma elegancia y discreción con que habían venido, comenzaron a alejarse emulando una escena de fin de film antiguo; se asomaban a superficie lanzando sus famosos chorros de espuma, como diciendo adiós, hasta que se perdieron entre los hielos del horizonte. Vairo sostuvo que estaban comiendo pero a todos los demás nos pareció que estaban bailando o, por lo menos, haciendo piruetas pare el selecto público. Si las ballenas cantan, ¿por qué no van a bailar por el mero placer de hacerlo? Los románticos de a bordo lo interpretaron como una sibilina señal de aprobación hacia nuestras inquietudes y a los otros el espectáculo les produjo hambre. El cocinero tuvo que soltar la máquina de fotos, porque también él estaba colgado de la borda y volver a las labores propias de su querida y admirada presencia allí.

AL FIN SOLOS

Aún impresionados por el festival de Rosita y su amigo, nos adentramos hacia el continente, entrando a Puerto Foyn, de la isla Cansen Norte por el Oeste, enviando la lancha Lord Vairo (así bautizaron los marineros a la Bim con motor de 50 hp de cuatro tiempos; una joya propiedad de Carlos) por adelante, para situar e indicar una piedra no boyada que obstruye la boca. En vez de fondear, en el poquísimo espacio navegable que queda a estribor del pecio del Governoren, -el buque factoría incendiado en 1911 que ya habíamos visitado en el 2003, cuya proa está colgada de una roca y su popa, cerca de cien metros más atrás, a catorce de profundidad- nos abarloamos a su proa, para gran indignación de unos gaviotines antárticos que no cesaron de atacarnos, con toda razón, los pobres, ya que veníamos a turbar su paz y su aislamiento, de los que empezamos a gozar nosotros también. Los buzos (a los que se le unió Candelaria May) comenzaron su tarea inmediatamente, mientras las embarcaciones auxiliares del Ice Lady exploraban las islas aledañas. Allí pudimos comenzar a palpar realmente el calentamiento: las pilas de barriles de tres años atrás estaban pegadas al hielo, se hallaban completamente sueltas y habían quedado al descubierto muchas partes de las islas que no habíamos visto antes. Por su parte el tiempo, que con algo de sol nos había acompañado hasta allí, comenzó a empeorar, cubriéndose todo de nubes bajas que dejaban caer una lluvia insólita, porque es raro que esa latitud 64º S caiga del cielo algo que no esté congelado: nieve, garrotillo, nevisca, pero nunca agua en estado líquido. La temperatura oscilaba los 0º y los 4º, el agua permanecía 0,4º o más y el viento era escaso. Puerto Foyn es un rincón ignoto en ese archipiélago y muy poco conocían la existencia del Governoren hasta que la publicamos años atrás. Pero aún conservaba ese encanto de la soledad antártica hasta que aparecieron cinco gomones con unos diez turistas cada uno y ocho kayaks de dos remeros acercándose desde la esquina del glaciar. Rápidamente izamos la bandera "A" de buzo sumergido, para que no pelaran con las hélices a los que estaban abajo. Los gomones fueron muy cuidadosos al acercarse, aunque se notaba su desencanto porque le habíamos reventado la foto del antiguo buque siniestrado al que tapábamos casi por entero. Ante tan inesperado público, me fui a popa del Ice, abrí la parrilla y me puse a ofrecer "hot dogs" y Coca Cola. No vendí ninguno, pero les pudimos dar prospectos de la asociación a los botes para que supieran qué estábamos hurgando allí, en ese perdido rincón del mundo. Decididamente, la Antártica ya no era la misma. Provenían de un buque ruso que los esperaba donde tenía profundidad para su calado y la excursión era parte de su programa de visitas ya que el Governoren había pasado a engrosar la lista de atractivos turísticos. La Lord Vairo vino con una novedad interesante. Los de Green Cross, entre los actos a favor del programa "Agua para todos. Agua para la paz y preservación de los hielos antárticos", querían sacar una foto organizada de toda la tripulación del Ice Lady con trajes anti-exposición anaranjados recostados en un témpano formando dos figuras sucesivas, la silueta de un gran pingüino y las letras SOS. La lancha había encontrado uno accesible y con una plataforma adecuada para armar las figuras. Cuando terminamos el buceo, nos dirigimos allí con el buque. El témpano era perfecto, pero la profundidad impedía fondear. Toda la gente fue al témpano y a bordo nos quedamos una dotación reducida para maniobrar el barco y el fotógrafo Sebastián al que ubicamos cómodamente sentado en la cruceta del mesana, donde lloviznaba tupido a cero grado. Los organizadores habían llevado banderitas con las que intentaron delinear el gran pingüino, pero no lo consiguieron. Al fin aceptaron armar solamente el SOS que se perfiló bastante bien. Las fotos fueron sacadas y los ateridos actores, hartos de estar acostados en el hielo, regresaron a bordo tiritando SOSsss (- …-). La maniobra había insumido ¡cuatro horas! ¿Yo qué hice? Pues claro: tomar el tiempo desde el abrigado puente de mando.

MAS AL SUR 

Entre los objetivos programados estaba atravesar el canal Le Maire, que en el 2003 habíamos encontrado cerrado por témpanos y llegar por allí a islas argentinas en latitud 65º S. Retomamos pues el 6 de febrero el Gerlache y nos desviamos por el Neumayer. Los estupendos paisajes estaban acompañados por nubes bajas y lluvia, aunque seguían mostrando su esplendor. Al pasar por las cercanías de Lockroy vimos que entraba el buque polar inglés Endurance seguido por uno de pasajeros ruso -quizá nuestro amigo de los gomones de Puerto Foyn-, mientras un tercero salía hacía Bahía Paraíso. Ya la cosa venía como para semáforo. El canal Le Maire, también con sus maravillosas montañas como panes de azúcar semiocultas por la lluvia, estaba casi libre de grandes hielos y al pasar Vairo nos hizo ver a los famosos pingüinos trepadores Kakaroja, que anidan por allá arriba y tiñen con sus detritus de su régimen alimentario de krill, glaciares enteros que aparecen rosados. Los pingüinos trepadores representan una nueva familia que todavía no ha llegado a los tratados de la ornitología austral, pero dada su abundancia, ya van a figurar con sus coloridas costumbres sanitarias. En la boca Sur del Le Maire nos encontramos con el Bremen, el Corintian II, mientras nos seguía uno ruso, y por detrás de las islas argentinas, que son bajas, asomaban los palos de un velero. Tratamos de fondear en las proximidades de la base ucraniana, pero el viento y la profundidad nos lo impidieron. De todos modos habíamos alcanzado la latitud máxima de nuestro viaje, que fue 65º 13' 2 S, en la longitud 64º 15' 2 W. Una dotación del Ice Lady bajó en la isla Petermann mientras los esperábamos sobre máquina y pudieron observar a unos cientos de pingüinos y unos trescientos turistas con atuendo naranja que los fotografiaban caminando en fila, ordenadamente -los turistas, no los pingüinos-. Intentamos fondear en las cercanías en la caleta Giraud, en la entrada austral del Le Maire, pero no hallamos profundidad adecuada y optamos por regresar hasta Lockroy, mientras nos cruzábamos con el Polar Pioneer. Largamos el fierro 0130. A las 0700 se fue otro buque ruso (llevan nombres irrecordables de profesores y académicos escritos en alfabeto griego) y a las 0900 entró el Polar Star. No conseguimos comunicarnos con Lockroy por VHF, por lo que optamos por bajar sin aviso. Fue una experiencia notable. En las rocas aptas para el desembarco, cerca de las casas de la base, había dos grandes gomones negros bajando y subiendo turistas, mientras otros tres esperaban turno. Un funcionario con perfecto acento, corrección y autoridad británicas, al que sólo le faltaba el casco de Bobby, dirigía el tránsito, dando entrada a los botes y haciendo esperar a las filas de turistas que intentaban embarcar o desembarcar, mientras lloviznaba tupido y los pingüinos, entremezclados con los visitantes, chapaleaban en el barro y hacían caca en todas direcciones. Al ver que la lista de espera se alargaba, aprovechando que nuestros botes eran más ágiles y nosotros también, bajamos entreverados con los pasajeros del buque y pudimos visitar la base museo, sellar nuestros sobres, mandar correspondencia (hay correo británico) y comprar recuerdos y postales. Lockroy es una ex base convertida en museo, manejada por el Antarctic Heritage Trust que se autofinancia porque junta unas sesenta mil libras anuales vendiendo chucherías cada verano. Regresamos esa misma tarde por el Neumayer y fondeamos un rato en la entrada a Bahía Paraíso, bajando en la base chilena Gabriel González Videla, "Capitanía de puerto Bahía Paraíso" (así reza su sello) que está invadida por los pingüinos papúa. Nos contaron que si no la cierran bien en invierno, cuando se desactiva, los pajarracos aparecen hasta en los dormitorios. No encontramos vestigios de explotación ballenera, aunque consta que la hubo. Si hay algo, está debajo del barro del gallinero… perdón, de la pingüinera. Nos mostraron una curiosa foto de una pingüina albina, ocre clarito, que es madre de algunos descendientes del mismo plumaje. En realidad, pronto todos los pingüinos van a ser del mismo color barro, porque ya no se ven esas panzas albas y limpias y las pobres crías chiquititas están tan sucias que no saben qué pájaros son. Claro que el hombre no puede interferir con la naturaleza, pero a veces dan ganas, porque los pingüinos son tan bobos (así se llaman en España) que están todos amontonados en una colonia y de pronto baja un skúa -ave de rapiña emparentada con la gaviota-, le mata la cría prácticamente entre sus patas y se la empieza a comer sin que sus padres reaccionen. Más allá, otro skúa está desplumando un pingüino adulto y se lo está comiendo salpicando entrañas a sus hermanos. Será una ley natural, pero es realmente repugnante. Puerto Neko es una bahía singular donde, para variar, hay un glaciar que de tanto en tanto larga un socotroco al agua y produce una respetable ola. Allí hay un refugio argentino, el Fliess, pequeño pero en buen estado y, adivinen: ¡una pingüinera! Son tantos sus habitantes que la brisa trae continuamente efluvios de su perfume característico, que no es Chanel Nº 5 exactamente. En algún momento apareció otro buque de pasajeros, el Clipper Adventure, largando los habituales botes. Luego vino uno con un solo pasajero, que resultó ser el Segundo, Bernd Buchner, amigo de Vairo. Buchner ha comprado el Penélope, un velero de larga historia, ahora en Malvinas, que perteneció al primer aviador sureño Gunther Plüschow por 1928, del que en algún momento contaremos algo más (mientras escribo esto Buchner está navegando con el Penélope rumbo a Alemania). Fue un encuentro muy agradable, coronado noblemente con un cajón de cerveza alemana que nos obsequió cuando nos íbamos y nos perdíamos entre la lluvia, porque aquello seguía pareciendo una escena de la película "Cantando bajo la lluvia". Lamentamos que a nadie se le hubiera ocurrido llevar un paraguas; le dejo la idea a Lockroy: la venta de paraguas en la Antártida.

HASTA SIEMPRE, ANTÁRTIDA

Nos alcanzaba el tiempo para una escala más, el archipiélago Melchior, en el que no habíamos estado antes. Queda cruzando el Gerlache y entrando por el canal Scholaer. Por ahí no solo llovía, sino que había una niebla cerrada y el Melchior es un conjunto sumamente duro de piedras agresivas, con canales profundos muy cerca de las rocas, o sea el escenario ideal para poner a prueba las bondades de la navegación precisa con radar y bastón blanco. La responsabilidad la tomó Jorge May, a quien le gustan los desafíos y, en verdad, que llevó al buque muy bien. Cuando vimos las rocas parecía que casi las podíamos tocar y fondeamos con felicidad frente a la base argentina, activada de nuevo ese verano después de muchos años. La dotación nos recibió con calidez y me fue muy grato llevarles el recuero de la hazaña del entonces Teniente de Navío Hugo Dietrich, que en junio de 1956, con el remolcador Yamana, tuvo que buscar allí al jefe del destacamento que se había herido -una verdadera hazaña invernal en un buque que no era polar- y evacuando hasta Ushuaia. Cerca de la base estaba el velero norteamericano Pelagic, "habitué" de la Antártida, preparando su regreso al Norte.

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NADA MÁS QUE VIENTOS NORMALES

El tiempo destinado al continente que los cursis llaman blanco, ahora medio marrón por la lluvia y el barro, se estaba acabando. Melchior era para nosotros la antesala del Drake y comenzamos a juntar información meteorológica para saber si podíamos encontrar la famosa ventana (como diría Les Luthiers "sempre per la menestra") para cruzarlo sin sobresaltos. Eso ocurría el 10 de febrero y como no nos la abrieron, organizamos fondeados el clásico bautismo de los neófitos antárticos, mediante una aparición del Rey Neptuno (el barbudo que suscribe, mejorada su pelambre con virulana), sus dos princesas ("una" era Pinino Orri y la otra, la única verdadera y deliciosa dama de a bordo, Candelaria May), una olla con agua salada, un trozo de témpano y un cucharón agresivo. La fiesta culminó con la entrega de diplomas con los apodos antárticos correspondiente. Además se entregaron los premios a los peores "esclavos" que tuvieron a su cargo las tareas de servir las comidas y lavar la vajilla. El peor de todos lo ganó un alto ejecutivo de una importante entidad financiera internacional, natural de Alejandría, Egipto y adicto a los puros de buen tabaco, cuyo nombre silenciaremos para siempre y el mejor, el piloto de planeadores que posee el récord suramericano de distancia, con más de mil kilómetros sin escalas, que con su natural modestia, nos pidió que conserváramos el secreto.

LA DRAGONETA

Para denostar elegantemente al corsario Sir Francis Drake, apodado "El Dragón", cuando asoló las costas del Pacífico de las posesiones españolas en América, Lope de Vega escribió en 1598 un poema épico que llevaba ese título. Drake nunca completó el cruce al Pacífico por el paso homónimo, que con más merecimiento debería recordar al español Francisco de Hoces, que sí fue el primero en realizarlo. Sin embargo, fue el siniestro nombre del inglés el que ha que ha quedado para todos los marinos de las épocas posteriores denominando el paso y como sinónimo de maldad extrema. Desde el Hornos hasta las Shetland del Sur, como dije, hay cuatrocientas sesenta millas de mar profundo, abierto y malhumorado, sin una tierra que lo limite alrededor del globo en esa latitud donde convergen los frentes del Oeste, descargan sus maldades, giran un poco y se van para Buenos Aires y Río Grande do Sul. No precisan ser ni siquiera malos tiempos o tempestades. Son simplemente frentes que deambulan por ahí. El 10 de febrero los informes meteorológicos nos indicaban que la famosa ventana o agujero de calma entre dos depresiones muy fuertes que asolaban el paso, solo se produciría el día 15. El almirantazgo del Ice Lady decidió que no podía esperar y que el asunto, de todos modos, no sería para tanto, de modo que el 11 temprano arrancamos hacia el Norte. Fue para tanto. No les exagero, porque nunca me gustó la truculencia náutica, pero resultó el peor mar que encontré en mis muchas marinas millas. En cuanto dejamos el relativo amparo de la isla, enfrentamos un mar 6 y viento duro del NE, o sea de proa, de entre treinta y cinco a cuarenta nudos. No se crea que eso era tan mal, porque con el tamaño de la ola, lo más prudente era atacarla de frente, que estaba cerca del rumbo ideal. El buque andaba aproximadamente a ocho nudos hasta que se encontraba con una pared de unos siete metros de altura, la atropellaba, se inundaba la cubierta de para y el puente recibía el resto. Salía como medio apaleado a tres nudos por el otro lado y pocos minutos después, la escena se repetía. La vida se tornó muy incómoda y era difícil dormir, más aún estar parado, desde ya cocinar y hasta comer. El timón había que llevarlo a mano para estudiar cada ola y encararla lo mejor posible. Cundió el mareo entre la gente y las cuchetas trabajaron duro. El día entero transcurrió así. El cocinero había previsto su posible desaparición de los lugares propios de su oficio y había dejado suficiente comida hecha para ese día, que cada uno probó como pudo: se fabricaron sándwiches y se tomaron gaseosas y vino con marejada hasta en los vasos. Los guardias se organizaron rigurosamente, porque no quedaban muchos para llevar la rueda. Los fotógrafos y camarógrafos aparecían de cuando en cuando, documentaban lo que se les presentaba y se volvían a sus camarotes. La noches siguió tan siniestra, con el inconveniente o la ventaja de no ver tan bien el monstruo líquido que se nos venía encima a cada momento. Reitero que no era una tempestad, sino un tiempo normal en el área; desde ya el cielo estaba cubierto, pero no llovía y no había actividad eléctrica. Durante la madrugada y la mañana del 12 las condiciones, que no parecía que pudieran ser peores, empeoraron. El viento aumentó a cuarenta nudos sostenidos y borneó al Oeste, y la ola se incrementó hasta unos nueve metros con rompiente -la proa mide unos cuatro y medio desde la línea de flotación-, lo que nos obligaba a seguir enfrentándola con el nuevo rumbo, porque cuando intentábamos volver al óptimo, los rolidos, que se repetían de treinta grados a cada banda, aumentaban a cincuenta (el récord fue de 54º) lo cual era simplemente destructivo. Los roperos y los cajones se abrían como si tuvieran duendes adentro que quisieran huir; en la cocina era imposible sacar un plato sin que rodaran un montón; el freezer y una heladera se desprendieron de sus fijaciones y hubo que trabarlos con maderas, lo que convirtió el lugar en una pista de obstáculos para meramente buscar pan y queso. Vairo consiguió meter dos colitas de cuadril al horno y más tarde pude organizar una olla grande llenada a medias con sopa que golpeaba los bordes como si tuviera un tiburón adentro. Calentar café o té en el microondas era una rara hazaña de ese equilibrio de los cardanes en que hay que creer o reventar. Los que tenían cuchetas paralelas a crujía terminaron varias veces en el suelo y a los que nos había tocado atravesadas a crujía dormíamos casi parados en el bandazo y cabeza abajo en el opuesto. Perder los anteojos o una media era un drama casi insoluble y no les cuento lo que era ir al baño. Los que navegan a vela desconocen el poder aniquilador del rolido. Es mucho pero que el cabeceo, más cansador, menos previsible. En un intento por frenar el péndulo invertido izamos la cuchilla más chica del mesana, pero una maligna racha de cincuenta nudos la convirtió en flecos. El viento fue rotando al NW pero no aflojaba. Menos mal que los filtros de combustible trabajaron admirablemente porque con esos sacudones en los tanques se estaba revolviendo la madre. Una detención del motor en esas circunstancias sí que hubiera sido muy peligrosa, porque un barco bobo, atravesado a ese mar desatado podía quedar en situación comprometida. Pero tanto el noble ocho cilindros como los maquinistas que se golpeaban allá abajo no aflojaron nunca. El día 13 durante toda la mañana prosiguió la danza macabra y solamente a eso de las 1400 amainó un poco, quedando tanto el mar como el viento en fuerza 7, lo que nos permitió mejorar el rumbo tomando las olas un poco más como tabla de "surf" con aquellas teoría de deslizarse por ellas que había inventado Vito Dumas y que había copiado Bernard Moitessier cuando tuvieron que surcar el Pacífico Sur . "Surfear" con trescientas toneladas suena a camelo, pero se consigue y hay un alivio en los golpes, aunque hacia el final de cada bajada, el rolido se toma su revancha. No obstante era importante ir mejorando el rumbo para caer al Este del Cabo Hornos y embocar el Beagle. La tarde fue algo más benigna y el buque pudo mantener mejor velocidad, pero por más esfuerzo que hicimos, no pudimos evitar morder la zona de mar que el Tratado Antártico le otorgó a Chile, en las doce millas de Hornos, pero no se lo digan a nadie, porque lo que nos urgía era entran en un mar más aplacado. Cuando fuimos teniendo a Evout, Theralten y Lennox, Picton y Nueva por el través, la gente retornó a la vida y fueron apareciendo todos, hasta con ganas de comer. La cocina volvió a funcionar -qué importante es la primitiva necesidad de comer cuando han reinado circunstancias de trinchera- y a las nueve y cuarto de la mañana del martes 14 de febrero tomábamos puerto en ese bendito lugar con clima propio que es Ushuaia

BAJA EL TELÓN, SALUDAN LOS ACTORES CON UNA REVERENCIA Y HACEN MUTIS POR EL FORO

Con el buque quieto y amarrado, el escenario cambió. La tripulación que había venido exclusivamente pare la etapa antártica se fue desgranando y bajó a tomar aviones que los devolvieran a sus lares, donde cada uno contaría su versión y sus secretos que probablemente nunca sabremos. Por cierto no puedo nombrar a todos, pero merecen especial mención Jorge y Guillermo May, los formadores de la Asociación de Exploración Científica, sin cuya idea y empuje nunca se podría haber realizado un viaje de esta naturaleza, la guía fundamental para el itinerario de Carlos Vairo y el Museo Marítimo de Ushuaia, y el capitán Marcelo Marienhoff por su insomne labor. También hay que agradecer a los miembros de la asociación, que la apoyan y sostienen desde sus más variadas actividades personales y muy especialmente a los profesionales del buque: Marciano Benítez, el hombre de la máquina; Alberto "Beto" Jiménez, factóttum de cubierta, de electricidad, de máquinas y demás mecanismos de este complicado buque mercante en miniatura; Freddy Becerra, marinero de cubierta, encargado de camarotes e interior y buen timonel de tormenta, lo mismo que Juan Escobar, en funciones similares y, por supuesto, al exquisito mediador entre el placer y el hambre, el chef-cocinero Federico Dreher. Quedarían por decir dos palabras sobre la Antártida que encontramos. Ya comenté que se nota dramáticamente el calentamiento en su clima, la cantidad de nieve y témpanos, y el ablandamiento de los glaciares (en los que ya no pueden aterrizar aviones con esquís, como lo hacían antes) que pudimos comparar, algunos con el 2003 y yo personalmente, además, con mis experiencias de 1987 y 1996. Está también el imparable aumento de la industria llamada sin chimeneas, que en la Antártida curiosamente las tiene: los buques de turismo con las suyas y los cientos de botes de desembarco que llevan a caminar por ahí quizá a cerca de dos mil personas cada verano, lo que ha cambiado el talante de los habitantes de las bases, que antes de permitir desembarcar limitan el número de visitantes y no sé si ha alterado a los pingüinos, porque siguen tan estúpidos como siempre. No obstante, el Tratado Antártico sigue vigente y se cumple, salvo en estos intersticios imprevistos y las bases de los diferentes países respetan con prolijidad sus sabias reglas. Las conclusiones y estudios realizados por el Ice Lady Patagonia se publicarán en los medios científicos correspondientes y esperamos que Green Cross International tenga éxito con su defensa del agua dulce contra los cíclopes del mundo que la miran con un solo ojo (el del bolsillo) cuando se trata de sus propias finanzas.


2007

HISTORIA Y ARQUEOLOGIA MARITIMA

EXPEDICION DE ESTUDIO DE ASENTAMIENTOS BALLENEROS HISTORICOS EN LA ANTARTIDA ARGENTINA

CAMPAÑA ANTARTICA ENERO 2007

Nota del diario "HOY" de La Plata, 11 de marzo de 2007

Carlos Vairo en busca de los primeros visitantes de la Antártida
El investigador de los témpanos

El museólogo que dirige “el presidio” de Ushuaia y estudió en la UNLP volvió de liderar una nueva expedición internacional en busca de los rastros que dejaron los primeros cazadores de ballenas, lobos y focas. Muchos de los hallazgos fueron posibles por el deshielo: dos nuevos puertos naturales, botes, restos de barriles, huesos, amarras y hasta cables de acero. Huellas dejadas en el hielo por viejos marinos que nunca pudieron regresar .

Señor de los hielos. Vairo, en el Puerto Lockroy, un cementerio de ballenas impactante

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La experiencia de dirigir una expedición internacional fue para Vairó muy buena. “Cuando se está organizando y se está por salir hay mucho nerviosismo, impaciencia, angustia y hasta temor. Pero una vez en la Antártida todo se hace más armonioso porque todos comprenden lo duro del lugar y reconocen la autoridad de los más veteranos”.


“Podría decir que mi trabajo es como hacer una pesquisa detectivesca”. Carlos Vairo es como un marino curtido, aunque sus artes no son las de pilotear en la tormenta, ni esquivar bloques de hielo en el mar Antártico. Conoce como pocos los rincones del continente blanco y es capaz de identificar por pequeños indicios, por huellas imperceptibles para cualquier mortal, las señales dejadas por el hombre en otros tiempos. 

Es un museólogo y antropólogo que estudió en la facultad de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), pero hace tiempo se radicó en Ushuaia, donde hoy dirige el Museo Marítimo de la capital fueguina, que funciona en el mítico presidio. Pero sus años de investigación en torno a los primeros visitantes de la Antártida lo convierten en una referencia ineludible para cualquier equipo que quiera internarse en los hielos con ese mismo objetivo.
Vairo es un perseguidor de los rastros que en la Antártida dejaron los primeros cazadores de lobos y focas, británicos y norteamericanos que llegaron en las primeras décadas del siglo XIX, y de ballenas, mayoritariamente noruegos, que estuvieron en los primeros 30 años del siglo XX.

Como tal, el investigador argentino se constituyó en el líder de la expedición internacional que zarpó el 29 de enero pasado y regresó el 20 de febrero a bordo de la Dama de hielo (el Ice Lady Patagonia), de cuya partida "Hoy" dio cuenta algunas semanas previas a la partida. El Canal de Beagle fue testigo de aquella suelta de amarras en la que un pasaje heterogéneo, de cerca de 40 personas entre investigadores, tripulantes y artistas, se internó en una nueva aventura. 
Había argentinos, españoles, portugueses. Pero como la misión no se limitó sólo a la búsqueda de viejos visitantes, también estuvieron a bordo el afamado fotógrafo inglés Sebastián Copeland, y su primo actor Orlando Bloom, el que se hizo más conocido por roles como los desempeñados en El señor de los anillos, Piratas del Caribe y Troya.

Objetivos cumplidos

Como balance del viaje, Vairo contó a "Hoy" tras su regreso que “la expedición tuvo una gran importancia porque pudimos recorrer muchos puertos naturales donde los balleneros realizaban su trabajo, o que eran tenidos como punto de recalada”.
Buena parte de los objetivos pudieron ser cumplidos. “Como toda expedición, y más en la Antártida, el tiempo y el azar ayudan o juegan en contra. Por suerte, de un objetivo de once lugares a estudiar cumplimos con nueve. Y esto es muy bueno”, dice el investigador. Aunque se lamenta porque siempre va
a quedar la incógnita de esos dos puertos que tuvieron que ser borrados del itinerario, Vairó se consuela porque eran desde el comienzo los más probables a ser descartados dado que sus referencias históricas eran muy vagas. “Teníamos consignas imprecisas, generales, como por ejemplo: en cercanías de la Bahía Margarita, y eso suponía un vasto lugar para recorrer”.
La conclusión final es que los lugares que sí pudieron ser relevados, confirman todo lo estudiado y trabajado desde hace años respecto de los balleneros que estuvieron en suelo antártico en las primeras décadas del siglo XX. “Y concretamos hallazgos de objetos que desde 1921 estaban allí y nadie los había visto o reportado. 
Todo ayuda a reconfirmar los datos históricos que fuimos encontrando en archivos o aportados por otros historiadores”.

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Una imagen fantasmagórica y mil especulaciones

La imagen muestra el casco de un bote camuflado con el blanco infinito de la Antártida. Su silueta apenas se perfila y sólo el color óxido de una cadena de amarre rompe la monotonía. Puede ser una postal, pero la foto capturada en Canal Herrera, en un un islote cercano a Cuverville Island encierra una historia, y en torno a ella especula el líder científico de la campaña antártica del Ice Lady Patagonia.
“Puede observarse la cadena de amarre y los cables de una factoría flotante. Evidentemente, dejaron un bote que les servía para el amarre, tendrían idea de volver a usarlo. Es de una muy tosca confección la que, seguramente, se realizaría a bordo. Según nuestros datos debe estar en el lugar desde 1921”, explica Vairo.
Pero el científico tiene varias consideraciones importantes para hacer sobre el bote: por un lado, “podríamos decir que desde esa fecha nadie regresó al lugar con fines de investigación, es tal vez por eso que nunca encontraron nada, ni lo anunciaron ni lo fotografiaron”. Vairo cree que las expediciones ”han estado pasando cerca del lugar sin descender a tierra, pues al lugar sólo se puede llegar con botes de goma y con mucha precaución. Los indicios -por los cuales la expedición decidió descender- los tuvimos por una coloración rojiza en una roca, era como si estuviese cortada. En realidad era una cadena oxidada, luego vimos todo el resto”.
Respecto de lo cables hallados en el lugar, “suponemos que con una tormenta del norte fueron cortados por la factoría. 
Dejaron un bote, ¿cuál sería su propósito? ¿Abandonaron el lugar pensando volver? Esos datos nunca se confirmarán”.

El Nunatak Negro, donde el bote fue detectado, “lo podemos llamar un semáforo en la Antártida, dado que sin instrumental preciso y con tiempo muy inestable posiblemente sirvió como un punto de referencia más que notable”.
“Toda una expedición desde Noruega puede encontrar en él un buen punto de reunión -dice Vairo-. Es decir, cruzaban el mundo sólo con algunas referencias y se internaban en la Antártida (un mundo totalmente desconocido). Para ellos sería como ir a la Luna y que te digan: cuando veas un cráter ovalado esperanos que en unos días llegamos”. 
Sobre la modalidad de trabajo en el lugar, Vairo cree, en base a su observación, que los balleneros trabajaban como factoría flotante. “Los catchers traían las ballenas hasta la factoría flotante y allí se depostaba. En grandes calderas se derretía la grasa hirviéndola con agua dulce. Usaban hasta 300 toneladas de agua por día”.
En esta misión “pudimos observar más cosas dejadas por esos balleneros entre 1912 y 1924”. “La nieve, al no ser tan abundante y el retiro del hielo, dejaron a la vista amarras, vitas, cadenas, señales de hierro, y otros objetos” que sufrieron las consecuencias de siete décadas en el hielo.

Un puerto que era el punto de reunión

“Este es Puerto Orne en la Península Antártica. Se trataba de un puerto que, en realidad, era punto de reunión de las flotas balleneras. En especial de Christian Andersen. Está muy cerca de Cuverville Island, donde encontramos el bote y las cadenas. Es un hermoso y protegido puerto usado desde 1912, que servía de punto de reunión de los catchers y buques de la expedición”, explica Carlos Vairo.

Es el puerto que se caracteriza por tener un punto notable, el Nunatak Negro, que es una de las paredes de ingreso. Se trata de un cerro de unos 200 metros de altura que cae a pique y nunca acumula nieve.

 

 

Pingüinos barbijo trepando el Nunatak Negro

 

¿Cuáles fueron esos hallazgos?

Vairo habla de la importancia que tiene la localización de dos nuevos puertos con restos de actividad ballenera, en los que se detectaron huesos de los mamíferos marinos, amarras de cadenas y cables de acero, botes y restos de barriles. “Se nota claramente que todo fue abandonado pero con idea de ser utilizado más adelante. No con la idea de irse y no regresar”.
Ese retorno nunca se produjo, y mucho tuvo que ver una crisis global. “El corte de esas primeras expediciones fue abrupto por el quebranto y la depresión consecuente de los años 1929 y 1930, después del gran boom que tuvo la explotación ballenera”.

La era del deshielo

El material encontrado allí todavía no tiene un difusión masiva, aunque se espera la publicación de un libro y un video documental. Pero no es retirado de allí. “Sólo nos limitamos a estudiarlo en el lugar, a fotografiarlo, a realizar los planos y las reconstrucciones gráficas”, explica el investigador, que cree “por un lado es una lástima porque año tras año vemos el rápido deterioro que sufre”.
Ese deterioro está directamente vinculado con el calentamiento global y el cambio climático. “Puedo decirle que la Antártida de 2003 no es para nada similar a la que vimos en esta campaña de 2007. Lugares, islas, puertos, caletas, que antes estaban cubiertos de nieve y hielo, hoy tienen musgos y líquenes”. Vairo menciona como ejemplo lo que pudo ver en Puerto Charcot, en Puerto Le Francaise, en Puerto Governoren, y en todas las islas cercanas. “Es un gran cambio que hace que todo lo que sea de madera (botes, barcazas, toneles, galpones) colapse”.

Los efectos del calentamiento y el derretimiento de los hielos fueron comprobados a lo largo de toda la travesía. El Ice Lady Patagonia zarpó de Ushuaia, pero la tormenta lo obligó a demorar el cruce por el pasaje de Drake. La espera fue en Harberton.
Cuando por fin el clima mejoró, la nave llegó a la isla Livingston y luego se lanzó a cruzar el Mar para recalar en la Isla Brabant, lugar donde se estudió un puerto y una bahía. El viaje siguió hacia la Isla Anvers, donde se estudiaron tres puertos balleneros más, el Canal Schollaret, Puerto Leith, Andrews Point e Isla Falsa, un lugar típico de faena de ballenas.

Vairo no deja de enumerar puntos antárticos con la misma soltura con las que podría mencionar los días de la semana. “Continuamos hacia el sur a Port Lockroy -se apasiona-, al Canal Lemaire, a Bahía Paraíso, donde estudiamos dos puertos más, a Puerto Neko, al Canal Herrera que tiene cinco puertos para estudiar (el Cuverville Island, Port Paul, Orne, Anna Cove, Selvick Cove), todos lugares balleneros”.
En la última etapa de la misión la Dama de hielo tocó la Enterprise Island y la Isla Nansen, “donde se buceó y se realizaron recorridas en las que se encontraron restos en cantidades”. Y, finalmente, fue el turno de la Isla Decepción, última parada antes de emprender un benévolo cruce de retorno por el Canal de Drake, en el que el sol fue el gran protagonista.

Estos son algunos de los tantos botes hallados en la expedición. Conocidos como Water Boats, porque transportaban agua dulce para las calderas de los vapores. También se los usaba para trasladar carbón, explosivos y comida. Las embarcaciones de la imagen trabajaron para la factoría flotante del Governoren en Svend Foyn.


Toneles a merced del sol

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“Estos toneles para el aceite de ballena se desarmaron al resecarse. Se debe a que se derritió las nieve y el hielo que los cubría. Por lo tanto, se resecó la madera. Estos depósitos eran utilizados por distintas compañías balleneras que operaban, fundamentalmente en Enterprise Island”.
“Es evidente que el clima cambió y la temperatura promedio aumentó mucho. Unos 3 grados. Durante toda la travesía no tuvimos temperaturas debajo de los 0º. Esto lo podemos ver reflejado en los barriles y demás elementos que vamos hallando, dado que tan sólo en 2003 estaban bajo nieve y en 1994 ni sabíamos que estaban”, dice Vairo.
“La imagen también nos indica que esto fue dejado o puesto antes de que fuera cubierto por la nieve. Son períodos naturales del mundo. Sabemos que hasta mediados del ‘75 hubo un enfriamiento y ahora estamos en un calentamiento de la Tierra”.

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Estos son algunos de los tantos botes hallados en la expedición. Conocidos como Water Boats, porque transportaban agua dulce para las calderas de los vapores. También se los usaba para trasladar carbón, explosivos y comida. Las embarcaciones de la imagen trabajaron para la factoría flotante del Governoren en Svend Foyn.

La factoría flotante Governoren de unos 100 metros de eslora se incendió y hundió a fines de enero de 1916 en Svend Foyn isla Enterprise. “Este es el buque que buceamos en repetidas oportunidades. Estaba hasta el uniforme del capitán colgado en su camarote. Nunca nadie lo había buceado. Hasta que lo hicimos nosotros por primera vez en 2003”.

Celebridades a bordo

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Uno de los datos anecdóticos de la última expedición del Ice Lady Patagonia es el glamour aportado por la presencia a bordo del actor Orlando Bloom, y su primo, el fotógrafo Sebastián Copeland. 
Durante el viaje ambos artistas trabajaron juntos en la realización de un video clip para Global Green sobre el calentamiento global, el que tendrá música original de Sting, y será presentado durante este Año Polar Internacional.
Paralelamente, Copeland forma parte de un campaña de alerta por el calentamiento global, y estará haciendo fotos de la Antártida y el Artico hasta mayo próximo.
En la foto, Bloom es bautizado, un rito que atraviesan todos los que por primera vez hacen semejante viaje. Detrás, operando una cámara, puede verse a Copeland. El actor inglés se hizo famoso por su papel de Legolas, uno de los protagonistas de El señor de los anillos. Pero convertido en actor de moda en Hollywood, volvió a triunfar con Troya y Piratas del Caribe.


Nota del diario EL MUNDO de España, el 13 de Marzo del 2007Una expedición española localiza los últimos restos de los balleneros que faenaron en la Antártida

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ELMUNDO.ES MADRID.- Tras semanas de expedición en el Ártico, los miembros de la expedición española 'BFGoodrich Antarctica 2007' han regresado a casa con buena parte de sus objetivos cubiertos. No sólo han encontrado los últimos restos de los balleneros que faenaron en las frías aguas del polo sur. Además, han logrado identificar el 'Nunatak negro', el considerado 'semáforo' antártico, mítico punto de referencia que usaron los cazadores de cetáceos para orientarse en la Península Antártica.

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El grupo de investigadores, liderado por Luis Ramos y Carlos Vairo, faenaron en aguas de la Península Antártica a lo largo de tres semanas a bordo del buque-museo 'Ice Lady Patagonia', tras el rastro de los primeros pobladores antárticos, concentrando su exploración en una decena de localizaciones no recorridas desde los años veinte, en las que se esperaban hallar nuevos vestigios humanos de esa época.

El principal hallazgo de los investigadores llegó en una de las últimas salidas, en el Canal Errera a la altura del paralelo 65. El avistamiento de una gran cadena y cables de amarre en un islote cerca de Curveville Island, dieron la pista para alcanzar Puerto Paul. Allí los expedicionarios sitúan el lugar donde atracó la factoría “Palsehola” a principios de siglo. El emplazamiento es de especial valor, puesto que lo encontraron intacto desde que fue abandonado por sus primeros pobladores.

El fondeadero natural Puerto Paul –bautizado así por la base allí establecida, la Paslehola-, fue utilizado por última vez en 1921-22 por la 'Sostrief'. Los únicos restos localizados en el lugar son un pequeño un bote de cinco metros de eslora, rudimentario, típico de la época, abandonado junto a cadenas oxidadas y de amarre.

“Estamos satisfechos con los resultados de la investigación, sobre todo, porque durante décadas, turistas avistadores de ballenas minke e investigadores han pasado cerca del lugar sin saber lo que había en tierra”, señaló Luis Ramos.

Los bajos fondos de la bahía daban protección a los balleneros para el trabajo, puesto que las rocas contenían los hielos e icebergs, por lo que sólo es accesible con botes de goma y con mucha precaución. “Los indicios de vestigios humanos los tuvimos por una coloración rojiza en una roca con forma horizontal, como si estuviese cortada”, aclaró Carlos Pedro Vairo, director de la investigación.

La factoría flotante Palsehola es la última de las grandes bases balleneras que restaba por situar dentro de la Península Antártica. La mayoría de los restos de factorías de la industria ballenera se localizan en torno a la isla Enterprise.

Otro de los principales hallazgos realizados por la expedición se encuentra a tan solo 6 kilómetros de distancia, en Orne Harbour, un puerto protegido usado desde 1912 que servía de punto de reunión de los balleneros –‘catchers’- y buques de expedición. Allí los expedicionarios localizaron el Nunatak Negro, considerado el ‘semáforo de la Antártida’ dado que, sin instrumental preciso y con un tiempo muy inestable, era una referencia para los navegantes.

El Nunatak, una pared de roca negra de 200 metros de caída que no acumula nieve, servía de punto de reunión para los balleneros procedentes del norte de Europa (especialmente noruegos y británicos), ya que “con un simple dibujo era posible guiar a los barcos por el Estrecho de Gerlache hasta el Nunatak negro y amarrar en el puerto aledaño, Orne Harbour, o 6 millas más allá, por el Canal Errera, hasta la pequeña isla donde hemos encontrado grandes amarras”, explicó Vairo.

Los investigadores, tras 14 años visitando la Antártida, también han podido observar síntomas de los posibles efectos del cambio climático en la zona, ya que los lugares investigados que eligieron los balleneros a comienzos del siglo XX fueron tapados por sucesivas nevadas y se congelaron, mientras que durante la última visita muchos de ellos estaban nuevamente al descubierto.


13/03/07
ELMUNDO.ES

Nota del diario "BBC Mundo" por Jorge Patiño, 5 de febrero de 2007

Tras los primeros "antárticos"

El Ice Lady Patagonia ya ha realizado otras misiones a la Antártica. 
Una expedición de argentinos, británicos y españoles viaja a la Antártica para buscar vestigios de sus primeros pobladores.

En el buque Ice Lady Patagonia, un barco de los años 50 que sirvió para custodiar las costas finlandesas durante la Guerra Fría y que funciona con un motor híbrido (70% combustible y 30% agua), un equipo de 30 personas partió hacia la Antártica desde la ciudad argentina de Ushuaia.

El objetivo de la expedición es encontrar vestigios de los primeros pobladores de la región, que se cree que llegaron durante las primeras décadas del siglo XIX.

"Los foqueros y loberos que llegaron primero al continente con idea de explotación fueron estadounidenses y algunos británicos; también hubo algún lobero argentino. Le estoy hablando más o menos de 1820", le dijo a BBC Mundo Marcelo Marienhoff, uno de los expedicionarios argentinos a bordo.

Sin embargo, se cree que hubo algunos que probablemente llegaron antes de esa fecha.

Relatos de marinos

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En dos expediciones anteriores, el equipo del ice Lady Patagonia ha encontrado algunos antiguos asentamientos, y el objetivo es seguir descubriendo más. 
Barriles para transportar grasa de ballena hallados en una expedición anterior. 
Se cree que estos lugares no son muchos, pues varios de ellos quedan en las mismas zonas en donde hoy quedan las bases internacionales, porque son de los pocos puntos del continente que están libres de hielo la mayor parte del año.

Sin embargo, todavía hay espacio para el descubrimiento. Marienhoff dice que, "con base en los relatos o diarios (de los antiguos habitantes) uno puede inferir sobre los lugares basado en las descripciones físicas que se hacen del lugar. A veces, una carta o un comentario decía 'estuve en determinado lugar' pero 'como fulano llama a tal lugar que yo llamo de otra forma...' es como buscar un tesoro, con pequeños indicios". 
Parte importante de la recopilación de estos textos la ha realizado Carlos Vario, director del Museo Marítimo de Ushuaia y miembro de la expedición, quien ha logrado ubicar varias cartas y bitácoras en bibliotecas y museos del Reino Unido, Dinamarca, Francia y España.

Focas, lobos de mar, ballenas y pingüinos

Las focas y los lobos de mar no fueron los únicos animales que atrajeron a los cazadores a las aguas del sur durante el siglo XVIII.

Los pingüinos también se convirtieron en un animal codiciado por su grasa, que se usaba para encender el alumbrado público antes de la expansión de la luz eléctrica.

"Los cazadores de ballenas llegaron a la Antártica hacia 1906 a bordo de barcos de madera, y después en naves de acero impulsadas a vapor", dijo Carlos Vario a la agencia AFP.

Sobre la grasa de ballena, dice que "servía como combustible, pero también como ingrediente esencial para la industria cosmética y también se empleó durante la Primera Guerra Mundial para fabricar nitroglicerina".

Temperaturas cálidas

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El barco tiene que enfrentar las difíciles aguas del canal de Drake. 
El barco tuvo que atravesar el pasaje de Drake, el mar que separa a Argentina de la Antártica, en donde tuvo que esperar el jueves por vientos más benévolos para continuar, pues éstos superaron los 50 nudos, lo que hacía difícil el avance. 
Sin embargo, las condiciones climáticas prometen ser mejores en el continente. 
Marienhoff aclara que las temperaturas son "del orden de los 0 grados; días con temperaturas hasta de 5ºC o -10ºC en la noche, pero son muy razonables en esta época del año". 
Pero esas condiciones no sólo son causadas por el verano austral. Es claro que el calentamiento global se hace notar con claridad en esta parte del planeta. 
"Es notable el retroceso de los glaciares; se nota a simple vista que hay un derretimiento ostensible en sectores de la Antártica", dice Marienhoff, quien aclara que si bien la expedición en la que se encuentra no es meteorológica ni climatológica, sí es notorio lo que sucede con los hielos polares. 


Nota del diario "Clarin" por Carlos Galván, 25 de enero de 2007

Al rescate de la historia de la Antartida: Un argentino lidera un equipo integrado por 29 investigadores de todo el mundo
Aventura en el Polo Sur: buscarán barcos hundidos y huellas humanas
La misión internacional partirá desde Ushuaia en un rompehielos. Intentarán encontrar los primeros asentamientos humanos.

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Sin pompa, casi en silencio, zarpó de Buenos Aires el Ice Lady Patagonia, un rompehielos argentino de porte mediano en el que 29 investigadores recorrerán la Antártida en una misión con mucho sabor a aventura: buscarán huellas de los primeros pobladores del polo sur. De la expedición formarán parte hombres de diferentes países —la mayoría son españoles—, pero estarán liderados por el argentino Carlos Vairo, un especialista en historia antártica.

Los primeros habitantes del continente blanco fueron cazadores de ballenas, por lo general noruegos y suecos, que recorrieron esa parte del planeta entre 1906 y 1931.

"Llegaban a fines de noviembre y se iban a fines de marzo y amarraban sus barcos en lugares que mantenían en secreto para evitar la competencia de otros balleneros", explicó Vairo. Y añadió: "Desembarcaban y creaban un asentamiento, desde donde salían a cazar en embarcaciones más pequeñas".

Vairo viene realizando viajes a la Antártida desde la década pasada. En esas expediciones también encontró huellas dejadas un siglo atrás por los balleneros. "Encontramos bajo una capa de hielo de 2 metros miles de barriles de roble perfectamente conservados pese al paso del tiempo. Son de los que usaban los balleneros para colocar el aceite que extraían de las ballenas", recordó.

Además de barriles, en las anteriores travesías localizaron pipas, botellas de bebidas alcohólicas (siempre vacías), zapatos, suéteres, uniformes de marinero y armas.

Esta vez, además de rastrear otros asentamientos fundados por los balleneros intentarán encontrar tres embarcaciones estadounidenses que se hundieron a mediados del siglo XIX. "Eran barcos a vela que se usaban para cazar lobos marinos. Ya tengo una idea de dónde pueden estar, pero no puedo revelarlo porque no quiero que nadie se me adelante", dijo Vairo.

Sucede que aunque no eran barcos de lujo sino de trabajo, igual podrían esconder tesoros. Por ejemplo las armas que se usaban para cazar los lobos, que hoy valen miles de dólares.

Los balleneros noruegos y suecos empezaron a recorrer el Polo Sur a principios del siglo XX, cuando las ballenas comenzaban a escasear en el Polo Norte. La caza de ballenas venía potenciándose desde que el marino noruego Sven Foyn había inventado, en 1865, el cañón lanza—arpones, que disparaba un garfio de acero.

Los cazadores partían a diario en unas embarcaciones pequeñas llamadas "catchers". Perseguían y mataban a las ballenas y las remolcaban hasta donde se habían asentado. Allí se las faenaba y se extraía el aceite, que se usaba como combustible y lubricante y en la elaboración de la nitroglicerina.

La semana pasada, cuando partió de Buenos Aires, en el Ice Lady Patagonia sólo viajaban sus seis tripulantes. Llegará a Ushuaia mañana, donde se embarcarán el lunes los investigadores. Hay españoles, argentinos, portugueses y estadounidenses. La mayoría son buzos y expertos en alpinismo. También hay especialistas en glaciares.

El rompehielos cuenta con un robot con cámara de video que se sumergirá en las aguas heladas en busca de vestigios de los barcos hundidos. Si detectan algo, ahí será el turno de los buzos.

"Cuando te metés y hasta que te acostumbras sentís como puñaladas en la cara de tan fría que está el agua. Y de a poco te empezás a entumecer; no podés permanecer más de 20 minutos", cuenta Vairo. La temperatura del agua en está época oscila entre 0 y 2 grados.

La expedición se prolongará hasta el 18 de febrero. Ya tienen un itinerario, pero es flexible: la crueldad del clima pueden obligarlos a algún cambio de ruta.

Los investigadores parten con la seguridad de que algunos de los sitios a los que irán no fueron visitados por nadie en los últimos 100 años. La idea que tienen es realizar inventarios de lo que encuentren, pero no piensan hacer públicas sus ubicaciones.

¿La razón? "Lo que menos nos gustaría —explicó Carlos Vairo— es que esos lugares se transformen en sitios de interés para las excursiones turísticas y que cada uno que vaya se traiga algo como souvenir".