rastros en el hielo

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Por Sebastián Benedetti (*)

RASTROS EN EL HIELO

Más de treinta personas, entre argentinos, españoles, portugueses y norteamericanos, a bordo del pequeño Ice Lady Patagonia. Veintiún días en un recorrido por una gran cantidad de bases abandonadas en un continente inhóspito por definición: la Antártida. Hacia allí partieron el 29 de enero los científicos y los marineros, tras el rastro de los primeros visitantes del Círculo Polar, aquellos que pisaron el hielo hace más de un siglo y dejaron, escondidas, sus huellas furtivas.
Al frente del área científica de la expedición, y con un ojo en la totalidad, estuvo el argentino Carlos Vairo, estudioso de la etnografía marina y con pergaminos que lo acreditan de sobra. Partieron con objetivos concretos: “La idea era hacer un relevamiento de diez puertos balleneros para ver qué encontrábamos en ellos –relata Vairo-. No teníamos más que ubicaciones aproximadas, sin visitas posteriores después de la retirada de los balleneros. Fueron usados hasta 1929”.
Al mismo tiempo, la experiencia fue pensada también como una mirada hacia delante, ya que el continente de hielo es fundamental en el estudio del cambio climático.

EL OBJETIVO

La antropología antártica se vincula con los cazadores de focas y ballenas que fueron llegando al continente helado hacia fines del siglo XIX. A partir de la invención del cañón arponero, en Noruega, alcanzaron tres décadas para acabar con casi todas las ballenas de los mares árticos; por lo tanto, los marinos noruegos, británicos y algunos vascos comenzaron a mirar hacia el sur. Los noruegos mantuvieron en secreto los mejores puertos naturales y lugares para la caza, y así fueron llenando sus almacenes de aceite de ballena y pieles entre 1906 y fines de los años 20. Las factorías flotantes permanecían en la zona austral durante la temporada de clima favorable, de diciembre a marzo, y para el resto del año establecían bases fijas. Tras ellas fueron, un siglo más tarde, los tripulantes del Ice Lady Patagonia.
La expedición, que se conformó casi como una consecuencia natural de trabajos anteriores, se puso en marcha al comienzo del Año Polar Internacional.
Fueron de la partida estadounidenses de la ONG Global Green; españoles como el teniente coronel José María Jayme, con cinco campañas antárticas; José Carlos Tamayo, alpinista; y Miguel Ángel Vidal, que había llegado dos veces el monte Vinson, techo de la Antártida. Los acompañó Luis Ramos, titular de la empresa BF Goodrich Iberia, auspiciante de la expedición. A todos ellos se sumó la Asociación Austral Patagónica, que aportó el Ice Lady Patagonia. Esta dama de hielo de cuarenta y seis metros de eslora se construyó en 1959, en Finlandia, pensada especialmente para mares helados.

LAS BASES BALLENERAS

Vairo describe con entusiasmo los puertos explorados. “Algunos tenían todas las características que se necesitan para el faenamiento de ballenas, es decir, algún islote dentro del puerto para poder amarrarse a tierra firmemente con cadenas y cables. También para utilizar ese islote como base momentánea”. La expedición dio con el protegido puerto Orne Harbour, que se usó desde 1912 y servía como punto de reunión para los buques de las viejas expediciones. Orne Harbour se caracteriza por un punto notable: el imponente Nunatak Negro, un cerro de unos doscientos metros de altura que cae a pique y nunca acumula nieve. “Es como un gran semáforo en este continente blanco”, dice Vairo. Y lo explica en forma inmejorable: “Ésos eran hombres con mayúsculas. Sólo pensar que navegaban por referencias, sin cartas náuticas ni instrumental, y no se perdían, es increíble. Toda una expedición podía encontrar en el Nunatak Negro un buen punto de reunión. Cruzaban el mundo y se internaban en la Antártida con breves referencias. Con sólo decir: “Andá por el Estrecho de Gerlache y llegá hasta el Nunatak y esperanos en ese puerto”, o “andá seis millas más al sur hasta la pequeña isla donde encontrarás amarras”. Sería como ir a la Luna y que te digan: “Cuando veas un cráter ovalado, esperanos que en unos días llegamos”.
Y esos puertos depararon sorpresas, hallazgos que no estaban en los planes. “En la isla Cuverville –en realidad, en unos islotes sin nombre entre Cuverville y la isla Ronge- encontramos un bote de cinco metros de eslora, típica construcción rudimentaria de la época, cadenas rodeando grandes rocas y un grueso cable triple cortado”, cuenta Vairo. La sorpresa está en que ese sitio comenzó a ser visitado por las excursiones de botes para avistar ballenas Minke, que suelen verse durante el verano. Pero pasan cerca sin saber qué hay en tierra. Los buques esquivan el lugar por las rocas y bajofondos, los mismos que les daban protección para el trabajo a los antiguos visitantes antárticos. Las cartas náuticas no dan datos de esos sitios, o dicen someramente: “Lugares no estudiados”. 
Para Vairo, “hallar amarras y botes era inesperado. Estos hallazgos no hacen más que corroborar datos que dejan de ser una leyenda para convertirse en realidad. De los balleneros se conoce mucho, pero sólo por referencias. Ninguno de ellos escribió sus memorias, ni llevó un diario, y mucho menos editaron un libro. Con este viaje hemos visitado casi todos los puntos más importantes de la Península Antártica utilizados por balleneros. Quedan dos, pero con referencias de ubicación muy vagas, tal vez porque los balleneros no querían dar a conocer su posición o porque fueron utilizados en pocas oportunidades”. Vairo planea hacer otros tres viajes a la Antártica, a las islas Orcadas y a algún punto en especial de la península, para entonces si dar por finalizada su tarea de redescubrimiento del pasado del continente blanco.

EL CLIMA, A SIMPLE VISTA

En la novela El mundo sumergido, escrita en 1962 por el inglés J. G. Ballard, los cambios climáticos provocaban el derretimiento de los polos y el consecuente aumento del nivel de las aguas y el calentamiento global. Es evidente que muchos de esos cambios ya se están produciendo. El objetivo de una parte del equipo del Ice Lady Patagonia fue el estudio de las consecuencias del cambio climático en la Antártica, un tema de importancia fundamental para el futuro de la humanidad, puesto que este continente atesora las mayores reservas de agua del planeta.
Recién ahora se comienza a procesar los datos y muestras recogidas, pero Carlos Vairo cierra la charla adelantando conclusiones evidentes, y las fotografías lo avalan: “Puedo afirmar y demostrar que islas con depósitos de toneles, carboneras, botes salvavidas que estaban cubiertos por nieve y hielo, hoy se hallan totalmente descubiertos, y los botes colapsados por el secado de la madera al igual que los toneles. Eso quiere decir que estos lugares elegidos por los balleneros a comienzos del siglo XX fueron tapados por sucesivas nevadas y se descongelaron. Ahora bien, el congelamiento fue posterior, y hoy quedaron nuevamente al descubierto. ¿Es un ciclo o estamos ante los síntomas del calentamiento global? Son interrogantes que deben develar los científicos, pero año tras año se ven las diferencias, y yo veo las consecuencias palpables.”

El hombre del fin del mundo

Carlos Vairo llegó a Ushuaia en el invierno de 1983, cuando no tenía todavía treinta años. Ya era licenciado en Administración de Empresas y pisaba suelo fueguino para hacer un cursillo de radar. Conoció en ese viaje a algunos navegantes: recorrió Tierra del Fuego y lo intrigó la poca tradición marítima de un lugar tan marítimo. Era tierra de yámanas, y casi no quedaba nadie de ese pueblo salvo en Puerto Williams, Chile. Y hacia allí fue Vairo. Luego de ese primer paso, se dedicó de lleno a la etnografía marina, estuvo en el Mediterráneo, vivió en Roskilde (Dinamarca) y en Oslo (Noruega). Allí estudió con el gran Thor Heyerdahl y se dedicó a la reconstrucción de barcos vikingos. Pero su cabeza, dice hoy, seguía estando en Ushuaia. Volvió en 1987, se asentó y comenzó a investigar la zona: el Cabo de Hornos, la Isla de los Estados y el Faro del Fin del Mundo. Indagó sobre el naufragio de Piedrabuena, que luego halló en Bahía Franklin. Todo fue conformando la historia regional de rutas, naufragios e islas que dieron pie a la base del Museo Marítimo de Ushuaia, hoy dirigido por Vairo. En su camino de investigador escribió doce libros, varios artículos y guiones de documentales. Durante el verano boreal, muda sus investigaciones al exterior: el año pasado estuvo en el reino de Tonga, en el Pacífico, antes en Egipto, Turquía y Croacia, y este año viajará a Tailandia para estudiar viejas embarcaciones a vela.

(*) Extraído del Diario La Voz del Interior, sección revista Rumbos 29-04-07