EXPLORACIONES ANTÁRTICAS

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Antártida: Crónicas de un continente desconocido
Ricardo Capdevila

HACIA FINALES DEL SIGLO XIX

Promediando el siglo XVIII, la presencia del hombre en la Antártida se ha reducido sensiblemente. Como se dijo, algunos foqueros, como William H. Smiley de Carmen de Patagones, y su discípulo Luis Piedra Buena, realizan temporadas de caza. Pero en el mundo científico comienzan a engendrarse inquietudes por el menos conocido de los espacios del planeta. Esta inquietud ha de tomar forma en dos congresos geográficos internacionales que se realizan en Londres (1895) y Berlín (1899).

Del seno de estos encuentros académicos surge el proyecto de una gran expedición científica a la Antártida. La idea central era realizar observaciones y mediciones simultáneas en distintos sitios de continente, para analizarlos en su conjunto y de esa manera establecer las grandes leyes de la naturaleza que tuvieran influencia en el resto del planeta, así como mejorar el conocimiento geográfico en atención a la escasa cartografía existente.

EL "BÉLGICA" ES APRISIONADO POR LOS HIELOS

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La primera expedición inspirada en estos principios, fue la del belga Adrien de Gerlache de Gomery, que con el BÉLGICA, en 1898, cartografía la costa occidental de la Península Antártica. Luego de cumplir este objetivo, el buque se internó en el mar de Bellingshausen, donde fue atrapado por los hielos. Quedó prisionero del mar congelado, desde marzo de aquel año, hasta el mismo mes del año siguiente.

Las penurias vividas por esta expedición fueron superadas por hombres de real valor. Formaba parte de la tripulación el noruego Roald Amundsen, hombre que unos años después alcanzara, por primera vez en la historia, el Polo Sur. Durante la invernada, falleció, probablemente de una afección cardiaca, el marino Emile Danco. Pese a las difíciles circunstancias, de Gerlache y su gente realizaron observaciones científicas todo el tiempo. Con ello enriquecieron el conocimiento de la Antártida, y la experiencia sirvió luego a quienes le siguieron en la empresa exploratoria para tomar una serie de previsiones que hicieran menos penosa una eventual invernada.

Mientras en Europa se preparaban otras expediciones, la República Argentina se aprestaba a participar en la avanzada polar, montando un observatorio en la región austral del continente, para apoyo y trabajos simultáneos con las otras estaciones polares. El llamado "Observatorio de Isla de los Estados", en realidad fue instalado en una isla próxima a ésta, que desde entonces se llama Isla Observatorio. Uno de los lugares más inhóspitos del mundo, con permanentes temporales de viento, lluvia y nieve. Así comenzaban en 1901 a realizarse las mediciones meteorológicas y magnéticas sistemáticas que formaban parte de este gran esfuerzo internacional para conocer el nuevo continente.

EL NUEVO SIGLO: MISTERIOS Y DESCUBRIMIENTOS. LAS PRIMERAS INVERNADAS

Comienza el siglo XX. Inglaterra, Francia, Alemania, Escocia y Suecia se embarcan en el proyecto polar con sendas expediciones, algunas de carácter estatal, como la del capitán Scott al mar de Ross, las más privadas, producto del esfuerzo de hombres que señalaron páginas de gloria para la historia antártica, como el escocés Bruce, el francés Charcot y el sueco Nordenskjöld. Cada uno de ellos merece un párrafo especial, pero dedicaremos un mayor espacio a la expedición sueca, por lo singular de su crónica.

BRUCE, AQUEL MÉDICO ESCOCÉS

El profesor William Bruce era un hombre avezado en estudios y viajes polares. Participó, junto con el doctor Donald como naturalista de la expedición antártica ballenera del capitán Fairweather (1892-1893) al mar de Weddell. Con su buque, el SCOTIA, se propuso explorar aquel mar, hacia fines del año 1902. Las condiciones del hielo marino no le permitieron avanzar muy al sur, como se lo había propuesto. Se dirigió entonces a islas Orcadas del Sur y allí levantó una pequeña vivienda y observatorio meteorológico, donde su personal invernó en el año 1903. A su regreso a Buenos Aires, ofreció las instalaciones al gobierno argentino, que aceptó la oferta y las compró en la suma de $5.000.- Esta operación es el origen del primer establecimiento permanentemente ocupado por el hombre en la Antártida, el observatorio meteorológico de isla Laurie. El observatorio fue puesto en jurisdicción del Ministerio de Agricultura de la Nación, y las observaciones de esta estación, ininterrumpidas desde aquel tiempo, han dado mayor precisión a los pronósticos meteorológicos del Atlántico Sur.

Del 22 de enero al 14 de febrero del 2004 se realizó en el Museo Marítimo de Ushuaia

la Exposición "Scotia sailed Love Willie" 
Perito Moreno y William Bruce, dos patriotas - un mundo
Expedición Nacional Antártica Escocesa 1902 - 1904 y los Documentos de Bariloche

ESTACIÓN ORCADAS. EL PRIMER COMISARIO DE POLICÍA Y UN CEMENTERIO SINGULAR

El año 1906 registra un hecho singular en la historia antártica: por primera vez se nombran comisarios para tierras polares. La República Argentina proyectaba una serie de actividades en la Antártida, entre las que se registraba la instalación de una segunda estación científica en la isla Booth o Wandell, para la que se dotaron materiales y personal que se embarcó con ese destino, junto a la dotación de relevo de islas Orcadas del Sur, en el AUSTRAL, buque que había sido propiedad del doctor Charcot con el nombre FRANCAIS, y que no pudo llevar a cabo la misión por accidentarse y naufragar cuando partía en su demanda en diciembre de ese año. Pero el gobierno había designado también autoridades de policía para los nuevos establecimientos australes, como parte de su política territorialista en el sector donde ya funcionaba la primera oficina postal a cargo de Hugo Acuña. Así, en el año 1907, el señor Rankin Angus, fue el primer jefe de policía que registra la historia antártica.

En el mismo que determinan las bahías Uruguay y Escocia de la isla Laurie se encuentra, a más del sitio habitado desde más antiguo por el hombre en la Antártida, un cementerio singular. Diez cruces determinan la existencia de este camposanto, cuyo morador más antiguo es Allan. C. Ramsay, maquinista del SCOTIA del doctor Bruce, fallecido en los primeros días de agosto de 1903, durante la invernada de la expedición escocesa.

En 1905 falleció Otto Diebel. Un fuerte temporal lo sorprendió en la cumbre del cerro Mossman donde se encontraba haciendo observaciones científicas. La congestión pulmonar contraída lo llevó a la muerte el día 25 de septiembre. En 1910 falleció John Ellieson, segundo jefe de la comisión, víctima de un ataque al corazón. Antes de salir de Buenos Aires se le detectó una afección cardiaca que él ocultó a quienes lo destinaron al observatorio. Tenía tan solo 27 años. En el año 1913 murió el jefe de la comisión H. Wiström, víctima de una peritonitis. El 30 de abril de 1915 desapareció en una excursión solitaria en esquí el jefe de la comisión, Hartvig B. Wiig. Fortunato Escobar, uno de los primeros radiotelegrafistas de Orcadas, describió por telégrafo el avance de una nefritis que lo llevó a la muerte el 27 de octubre de 1928.

El observador meteorológico Walter Soto falleció en el lugar el 13 de octubre de 1959. En el verano 1997-1998 el jefe de la comisión y otros dos hombres embarcaron en un bote de goma que fue hallado tiempo después flotando en una caleta en la zona sur oeste de la isla, con el motor fuera de borda levantado, sin la tripulación.

La característica singular de este cementerio es la ausencia de varios muertos cuyas cruces recordatorias lucen junto a los muertos presentes. El cuerpo de Wiig, desaparecido en 1915, nunca fue hallado. Los cadáveres de Wiström, Escobar y Soto han sido exhumados y trasladados al norte por pedido de sus familiares. De los tres últimos desaparecidos, no se ha encontrado señal alguna, pese a una reiterada y prolongada búsqueda en toda la zona. De manera que en el cementerio de Orcadas del Sur, hay más muertos ausentes que presentes.

CHARCOT: UN MÉDICO FRANCÉS ENTRE LA CIENCIA Y LA AVENTURA

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El médico francés, Juan Bautista Charcot, con su velero el FRANCAIS, puso proa al este de la Península Antártica. Allí invernó en la isla Booth con su velero prisionero por el hielo en una caleta. Desde ese emplazamiento realizó expediciones por toda la zona, probó máquinas con primitivos motores a explosión con pobres resultados, y reunió un importante bagaje de información geográfica, bautizando distintos accidentes con nombres de personalidades argentinas, en reconocimiento por el apoyo material que su empresa recibió de nuestro país.

A su regreso a Buenos Aires, el gobierno le compró su velero para destinarlo al servicio antártico. Con el nombre AUSTRAL, fue destacado para el reabastecimiento del observatorio de islas Orcadas, misión que pudo cumplir una sola vez. Cuando partió para su segundo relevo, transportando además los elementos para instalar un segundo observatorio permanente en la isla Booth, donde había invernado su ex-propietario, se hundió y encalló en el banco Ortiz, en el Río de la Plata, y naufragó.

NORDENSKJÖLD: UN JOVEN SUECO EN LA CONQUISTA POLAR

Buenos Aires era el principal puerto de recalada de las expediciones antárticas. Así llega, en diciembre de 1901, la expedición sueca del doctor Otto Nordenskjöld. Esta expedición del sabio sueco, que ya había realizado personalmente estudios en la Tierra del Fuego en los años 1895, a instancias de su amigo el perito Francisco Pascasio Moreno, se preparó para invernar en la costa este de la Península Antártica.

Llevaba como antecedente del conocimiento en la zona, la expedición que el veterano de los mares polares Carl Anton Larsen, realizó en los años 1892 y 1893.

En aquella oportunidad Larsen encontró y recogió los primeros fósiles vegetales y marinos hallados en la Antártida en la isla Seymour (Marambio), hoy guardados en el museo ballenero de Sandefjord, Noruega. Pese a que el veterano marino no era un científico, la fecha del 2 de Diciembre de 1892, debe ser especialmente recordada por los científicos, ya que aquel día, Larsen desembarcó en Seymour e hizo su trascendental hallazgo.

La expedición sueca a bordo del ANTARCTIC zarpó del puerto de Ushuaia donde completó combustible y se dirigió al sur. En la primera etapa reconoció la costa occidental de la Península Antártica, ratificando y rectificando la cartografía realizada por la expedición belga de De Gerlache.

Luego, navegaron por la parte norte de la Península Antártica y pusieron rumbo hacia el Sur del mar de Weddell, en la zona conocida antes por Larsen, en la búsqueda de una posición lo más austral posible para instalar la cabaña de invernada, pero pronto el mar cerrado por los hielos los obligó a retroceder. El jefe de la expedición decidió entonces, armar la vivienda de invernada en una caleta, aparentemente abrigada, de la isla Snow Hill (Cerro Nevado).

Era entonces, mes de Febrero de 1902. La casa, prefabricada en Suecia, quedó armada en pocos días, y allí quedaron 6 miembros de la expedición, incluso el componente argentino, José María Sobral. El buque partió hacia el norte para realizar investigaciones en Tierra del Fuego, isla Malvinas e islas Georgias del Sur, durante el tiempo de la invernada. A cargo de estos trabajos iba el doctor Gunnar Andersson, segundo jefe de la expedición científica.

En diciembre de 1902, el ANTARCTIC completó carbón en Ushuaia, puso proa al sur, desde la Tierra del Fuego y se dirigió a la costa oeste de la península, para completar los trabajos de relevamiento y muestreo de fauna y flora, para luego dirigirse a la cabaña de invierno. Desafortunadamente, el canal de acceso al mar de Weddell (estrecho Antarctic) estaba cerrado por los hielos, hasta donde alcanzaba la vista. Por ello el doctor Andersson decidió, junto a dos voluntarios, el teniente Duse y el marinero Grunden, desembarcar en las proximidades del lugar y dirigirse a pie hasta Cerro Nevado.

Allí esperarían al buque, que intentaría llegar por fuera de las islas Joinville. Si el buque no lograba el propósito en el tiempo convenido, Andersson y Nordenskjöld y los demás regresarían al lugar en el que habían desembarcado para esperar ser recogidos allí, en el sitio que desde aquel tiempo se llama bahía Esperanza (Hoppet vik).

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El buque tentó la ruta prevista, pero fue prisionero de los hielos y luego de una prolongada lucha, destruido por la presión glaciar, se hundió al sudoeste de la isla Paulet. Embarcados en témpanos, los náufragos deambularon al son de los vientos y las corrientes, durante 18 días. Por fin, hallándose a unas 10 millas de la isla Paulet, echaron los botes al agua con los elementos salvados del naufragio y luego de más de 6 horas de bogar, en el límite de la flotabilidad y de las fuerzas, alcanzaron la costa Norte de la isla, donde se asienta una importante pingüinera, y único lugar accesible en decenas de kilómetros a la redonda. Allí construyeron una choza de piedra, en la que se aprestaron a invernar.

En tanto el doctor Andersson había fracasado en su intento de llegar a la estación invernal, porque el mar estaba abierto al sur de bahía Esperanza, y regresó al sitio en que los desembarcaron. Luego de esperar infructuosamente la llegada del buque, construyeron una pequeña choza de piedra, donde, con los pocos elementos de supervivencia dejados por el buque, se aprestaron a sobrevivir ese invierno. Los tres grupos quedaban así, aislados, sin noticias el uno del otro, librada su suerte a la llegada de una expedición de auxilio, que, en el mejor de los casos, llegaría a fines de ese año, es decir muchos meses después, cuando la falta de noticias advirtiera que no habían regresado. Y en tanto, el invierno se avecinaba, con su secuela de frío, vientos y la larga noche polar.

Focas y pingüinos sustituyeron la carencia de alimentos de los tres grupos. Las primeras proporcionaban carne para alimento y grasa para alumbrarse, fuego para cocinar y calor para atemperar el precario abrigo de las chozas. Los segundos, carne y huevos, estos últimos en escasa cantidad, ya que por lo avanzado de la estación la mayor parte de los pingüinos habían iniciado la emigración hacia el norte.

La falta de noticias del buque y los expedicionarios, provocó -promediando aquel año- un movimiento en el país de origen, así como en Argentina.

Las expediciones que se aprestaban a zarpar hacia la Antártida trataban de adelantar sus preparativos para acudir en auxilio de los suecos. En nuestro país, ante un llamado publicado en los diarios por el perito Francisco Pascasio Moreno, el gobierno alistó una vieja cañonera, la URUGUAY, y al mando del teniente Irízar, se hizo a la mar en octubre de aquel año para intentar la difícil empresa.

En Ushuaia esperó algunos días la llegada del FRITHJOF, que al mando del capitán Gylden fue enviado por el gobierno sueco, pero ante la demora del mismo, y lo angustioso de la situación en la que días podían significar vidas, Irízar decidió partir hacia el Sur.

En los primeros días de Noviembre la cañonera fondeó en Bahía de los Pingüinos, en el sudeste de la isla Seymour, donde encontró a dos invernantes acampados en la tarea de juntar huevos de pingüino para subsistencia en una posible tercera invernada. Una cadena de sucesos auspiciosos se produjo en el ínterin. El doctor Nordenskjöld en el mes de octubre había expedicionado hacia el norte para dejar señas de su situación en algún punto extremo de la península. Al cruzar la isla Vega, en un sitio que desde entonces se llama cabo del Feliz Encuentro, se encontró con los tres hombres de bahía Esperanza, que, con un aspecto deplorable cubiertos de hollín y con las barbas de meses, producto de los humos condensados en el pequeño habitáculo que los albergó en la invernada, marchaban hacia Cerro Nevado. Estaban irreconocibles, en tal grado que, Nordenskjöld y Jonassen que lo acompañaba, aprestaron sus armas para disparar contra tan extrañas apariciones. Una vez reconocidos, juntos regresaron a la estación invernal.

Por otra parte, el capitán Larsen en uno de los botes salvados del naufragio se había largado desde isla Paulet hacia Bahía Esperanza, y al no encontrar al doctor Andersson y su gente, puso rumbo al sur, hasta llegar, caminando sobre el mar congelado en los últimos kilómetros, a la estación invernal. Ello ocurrió el mismo día en que llegaba al lugar la corbeta URUGUAY. Todo culminaba con felicidad. Por fin, todos a bordo del buque salvador, y ahora, rumbo al norte, luego de rescatar a los náufragos que esperaban en isla Paulet, recalaron en bahía Esperanza para rescatar algunos enseres y las colecciones geológicas reunidas por Andersson en la forzada invernada de bahía Esperanza.

El éxito de la expedición de rescate tuvo, naturalmente, una significativa resonancia internacional, especialmente entre los círculos científicos y náuticos, y en la ciudad de Buenos Aires se organizaron una serie de festejos en homenaje a los expedicionarios y los protagonistas del rescate.

Así culminó la más significativa de las expediciones antárticas, de principios del siglo XX, caracterizada por su accidentado desarrollo, y fundamentalmente por sus logros desde el punto de vista científico.

Contemporáneamente, en el otro extremo de la Antártida, sobre el mar de Ross, el capitán Robert Falcon Scott, realizaba su primer intento de llegar al Polo Sur. En esta oportunidad tuvo el tino de abandonar el intento cuando la falta de víveres y otras deficiencias de su logística, le aconsejaron el regreso. Formaba en su equipo Ernest Shackleton, quien habría de ser en 1915 el protagonista de una epopeya, quizás, junto a la de Nordenskjöld, Larsen y Andersson, las más significativas de las protagonizadas por el hombre en la Antártida en la primera mitad del siglo.

En 1904, y a su regreso de la expedición polar, el capitán Larsen fundó en Buenos Aires, y asociado a un grupo de comerciantes porteños, una empresa ballenera: la Compañía Argentina de Pesca Sociedad Anónima. La sociedad tuvo su domicilio legal en la ciudad de Buenos Aires. La factoría se construyó en Grytviken (bahía de las Ollas), en la costa norte de la isla de San Pedro (Georgias del Sur). El veterano de los mares polares fue el pionero de la actividad ballenera en el Atlántico Sur. En el mismo sitio, y para apoyo de la nueva compañía, el Ministerio de Agricultura instaló un observatorio meteorológico. En los años siguientes, otras empresas noruegas fundaron factorías en aquellas islas.

Los años iniciales del siglo XX trajeron consigo, y paralelamente a la solución de los problemas limítrofes entre Argentina y Chile, las primeras conversaciones sobre el problema de la soberanía en las tierras antárticas entre estos dos países.

ALLÍ EN EL MAR DE ROSS SE INICIA LA CARRERA POR LA CONQUISTA DEL POLO SUR

En las antípodas antárticas de la península donde se han desarrollado las actividades de que dan cuenta los relatos anteriores, también avanzaba el hombre en su conocimiento del continente austral. Entre 1840 y 1843 James Clark Ross, marino británico al mando de los navíos EREBUS y TERROR realizó uno de los más significativos viajes de exploración que aportó importantes avances en el conocimiento geográfico de la región. Así descubrió el mar que hoy lleva su nombre, avistó volcanes en actividad e incursionó en la Antártida Sudamericana, realizando un relevamiento de los archipiélagos del extremo norte de la península Antártica.

El capitán Robert Falcon Scott dirigió una expedición entre 1901 y 1904. Construyó una estación de invernada en la isla Ross, desde donde realizó una serie de penetraciones en el continente, aportando significativos conocimientos sobre la Tierra de Victoria, la barrera de hielo de Ross y la tierra del Rey Eduardo, utilizando incluso un globo cautivo que se elevó hasta los 250 metros, para observaciones del terreno. Formaba en esta expedición Ernest Shackleton, quien organizaría su propia expedición entre los años 1907 y 1909, con el preciso objetivo de llegar al Polo Sur, empeño este en el que fracasó a sólo 100 millas del objetivo, debiendo destacarse que el estado de salud de sus hombres y algunas carencias logísticas le hicieron abandonar el proyecto.

EL HOMBRE LLEGA AL POLO SUR

En la segunda década del siglo XX se produce un acontecimiento singular en la historia de las exploraciones: el hombre llega al Polo Sur, coronando así uno de los objetivos más ambiciosos en materia de conocimiento geográfico.

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Roald Amundsen, un noruego formado desde la niñez en las tierras heladas de su país natal, fuerte, curtido en largas travesías por las nieves, piloto de la expedición de De Gerlache, geodesta, protagonista de travesías en los mares polares del norte.

Robert Falcon Scott, oficial de la marina británica, de fuerte personalidad, rayano en la soberbia, como convenía a la época victoriana.

Ambos corajudos y empeñosos en sus propósitos, pero con enfoques diferentes en la forma y los medios necesarios para encarar una empresa de la envergadura de la de sus fines: conquistar el Polo Sur.

Amundsen, que preparaba su expedición para llegar al Polo Norte, abandona su propósito al saber que el estadounidense Peary había anunciado haber logrado este objetivo, y se decide por su regreso a la Antártida, en busca de acceder al otro extremo de la tierra.

Su estrategia es sencilla y -como lo demostraron los hechos- de singular eficiencia. No busca la ruta ya conocida de Scott y de Shackleton para lograr su objetivo. Se dirige a otro sitio, bahía de las Ballenas con el FRAM, buque con un historial de gloria, que había sido de Fridtjof Nansen y había realizado la primera travesía del paso del noroeste. El FRAM atraca en la barrera de hielo, muy al Sur del mar de Ross, monta su estación y prepara la nueva ruta avanzando con depósitos hacia el sur, durante el invierno.

El medio de transporte utilizado es el clásico y liviano de trineos arrastrados por perros. Hay un detalle que no resulta simpático a nuestra concepción actual de las cosas, pero que resultó de gran utilidad para el resultado de la expedición: los perros de arrastre, a medida que morían en el intento, servían de alimento a sus congéneres. Y aquí valga una digresión. Durante la segunda invernada de la expedición sueca en la isla Cerro Nevado, los invernantes probaron carne de perro. Y al único al que no desagradó el bocado fue a nuestro compatriota José María Sobral. Eran los mismos tiempos e idénticas necesidades.

Volvamos ahora al noruego. Montado -a veces- en sus trineos, la caravana partió hacia el sur. Un camino nuevo y desconocido esperaba a los expedicionarios.

Amundsen había diseñado un plan de marcha que comprendía la realización de una cantidad de kilómetros diarios, en lo posible, cualquiera fueran las condiciones meteorológicas. Aún hoy asombra la precisión de sus previsiones, ya que llegó de regreso a la estación de bahía de las Ballenas, dentro de la fecha por él prevista.

Su aporte a la ciencia geográfica, que en algunos casos se ha pretendido desmerecer, fue significativo: una ruta totalmente desconocida, y un aporte de logística para las expediciones polares que sólo 80 o 90 años después ha sido superado por las nuevas tecnologías.

Amundsen llegó y conquistó el lugar más austral de la tierra el 14 de diciembre de 1911.

El capitán Scott, cuyo valor no debe dejar de ponderarse, alcanzó la misma meta un mes después, el 17 de Enero de 1912. Una suma de errores logísticos acompañó su camino a la gloria, pero la empresa le costó la vida a él y a sus acompañantes, que perecieron de hambre y frío a pocos kilómetros de un depósito de víveres, agotados por el mismo esfuerzo que los llevó al extremo Sur de la tierra.

Así el hombre alcanzó el Polo Sur a principios del siglo XX.

ERNEST SHACKLETON, MODELO DE HÉROE POLAR

Ernest Shackleton, a quien ya hemos mencionado como partícipe de la primera expedición de Scott, y de otra propia en la zona del mar de Ross, organizó un ambicioso proyecto para cruzar el continente antártico pasando por el Polo Sur, desde el mar de Weddell en la zona americana, hasta el mar de Ross, en el sector australiano. Un proyecto transantártico que solo coronaría, varias décadas después, otro inglés ilustre, el doctor Vivian Fuchs.

El programa general del proyecto era el siguiente. Un buque llevaría los elementos para montar una estación en la zona donde anteriormente lo habían hecho Scott y Shackleton, sobre la costa del mar de Ross. A partir de allí instalarían depósitos en dirección al Polo. El otro grupo, al mando del mismo Shackleton, penetraría hasta la barrera de Filchner, al Sur del mar de Weddell, y desde allí ascendería a la meseta polar, arribaría al Polo y luego descendería hacia el Norte, en el mar de Ross, reabasteciéndose en los depósitos instalados con anterioridad por el otro grupo.

El ENDURANCE, buque especialmente diseñado y construido para esta expedición, partió del puerto de Londres el 1º de agosto de 1914 al mando de Frank Worsley y recaló en Buenos Aires el 9 de octubre.

El día 26 de aquel mes zarpó rumbo a su primera escala antártica, las islas de San Pedro (Georgias del Sur). Luego puso proa al sur y se internó en el mar de Weddell, donde, a partir de mediados de enero, prisionero de los hielos, se mantendría hasta su abandono y posterior hundimiento a fines del mes de octubre de 1915.

A partir de aquel dramático momento comenzaría una larga y temeraria odisea que llevaría a los náufragos hasta el norte de la isla Elefante, en las islas Shetland del Sur, y al jefe expedicionario, acompañado de cinco valientes a realizar en una pequeña barca la travesía más peligrosa que es dable pensar en el mar más bravo del mundo, hasta la isla San Pedro, para buscar auxilio en las compañías balleneras. Recién el 30 de agosto de 1916, luego de varios intentos frustrados, el escampavía chileno YELCHO, con Shackleton a bordo, llegó a la isla Elefante y rescató con vida los miembros de la expedición transpolar británica

MIENTRAS TANTO . . .

En la Argentina, el voto popular había llevado a la presidencia al doctor Hipólito Yrigoyen. Promediaba el año 1915, cuando la Oficina de Hidrografía del Ministerio de Marina dio a conocer la carta Nº31, con el título "Fondeaderos de la Tierra del Fuego". Entre los cuarterones que componían esta carta, uno reproducía las islas Orcadas del Sur, con toda la información náutica: era el fruto de la labor interrumpida llevada a cabo desde principios de siglo por la corbeta URUGUAY. Año a año, la vieja corbeta alistada para el salvamento de la expedición sueca, realizaba el relevo de las dotaciones del observatorio más austral del mundo y, paralelamente, enriquecía el conocimiento geográfico de la zona.

En esta época comenzaba también la transformación de la industria ballenera. El viejo sistema de cazar los cetáceos en alta mar y llevarlos hasta una factoría instalada en tierra, se transformó con la construcción de los enormes buques factoría, que, por medio de "catchers", buques auxiliares armados de cañón arponero, realizaban la caza y arrimaban las piezas al buque madre. Por medio de una planchada o rampa situada a popa -parte posterior del buque- se izaban las piezas a bordo, donde se descuartizaban, y a continuación realizaban los procesos industriales de las distintas partes: carne, huesos, grasa, barbas -las clásicas ballenas- almacenando los productos terminados en bodega para su inmediata comercialización al llegar a puerto. Consecuentemente, las factorías terrestres fueron, poco a poco, dejadas inactivas.

La primera guerra mundial, que cambió el mapa político europeo, no afectó sustancialmente la actividad general en la Antártida, por entonces protagonizada por la actividad ballenera con los establecimientos fijos en tierra y el ingreso progresivo en la caza de los nuevos buques-factoría, que realizaban todo el proceso industrial en navegación.

Se abre un largo período de inactividad. Sólo nuestro país mantenía en forma pacífica y permanente su accionar científico en la isla Laurie, aportando la información meteorológica que contribuía, y contribuye a la carta meteorológica mundial. A partir de 1927 la estación de radio emitía hacia el mundo su reporte diario sobre los parámetros en la zona antártica. La corbeta URUGUAY y buques de la Compañía Argentina de Pesca realizaban el relevo anual de la única estación científica antártica existente por aquel tiempo.

Las expediciones antárticas científicas más significativas de este período fueron la alemana de Wilhem Filchner (1911-1912), que llegó hasta la barrera de hielo que lleva el nombre de su descubridor, al sur del mar de Weddell; la australiana de Douglas Mawson (1911-1914), descubridora de la tierra del Rey Jorge V y que exploró la tierra de la Reina María en la zona antártica correspondiente al cuadrante australiano.

EL MÁS ANTIGUO PROYECTO DE VUELO TRASPOLAR

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En la década del 20 alcanza un significativo desarrollo la aviación. Proezas como el primer vuelo trasatlántico de España a la Argentina, protagonizado por el comandante Franco, alientan esperanzas y proyectos sobre el futuro del nuevo medio de transporte. Buenos Aires no era ajena a este tipo de inquietudes, y así el ingeniero Antonio Pauly, de origen chileno y radicado en nuestro país desde 1919, con el apoyo del Instituto Geográfico Argentino, elevó a la consideración de esta entidad científica y del Poder Ejecutivo Nacional un proyecto polar original, que había de tener gran trascendencia pública.

El Instituto Geográfico Argentino desde su fundación en 1881 promovía permanentemente la actividad argentina en la Antártida, por lo que prestó incondicional apoyo al proyecto Pauly. Incluso el presidente de la república, doctor Marcelo T. de Alvear prometió la ayuda material necesaria para el éxito de la iniciativa. Pauly presentó un completo y pormenorizado detalle de la futura expedición, con un estudio del desarrollo de la que habría de ser la primera travesía aérea transpolar.

Con un sistema de depósitos de abastecimiento sucesivos y repliegues, hasta dejar asentados todo el combustible y elementos de supervivencia desde la península Antártica hasta el Polo Sur, y luego continuando hacia el mar de Ross, utilizando el entonces moderno aeroplano Dornier Wall para todo el desarrollo del plan, el ingeniero Pauly sostuvo razonablemente el avanzado proyecto, de viable realización. Desafortunadamente, en un vuelo a Río de Janeiro, la máquina que se iba a utilizar en el proyecto, sufrió un accidente, que canceló la posibilidad de concretar el primer vuelo aéreo transpolar. Debe señalarse que en el estudio preliminar, dado a conocer en conferencia pública, Pauly señaló como fundamental y única, la información meteorológica que, desde principios de siglo, registraba y trasmitía anualmente la estación científica argentina de las islas Orcadas del Sur.

Los primeros vuelos en avión en la Antártida fueron realizados por la expedición británica norteamericana de Hubert Wilkins en dos expediciones sucesivas que sobrevolaron parte de la península y los archipiélagos que la rodean, realizadas éstas entre los años 1928 y 1930.

En la última parte de la década del 30 son de destacar por los importantes aportes al conocimiento de la geografía del continente las expediciones estadounidense de Richard Byrd (1928-1930) y la australiana de Douglas Mawson (1929-1931).

¿LE GUSTARÍA HACER TURISMO EN LA ANTARTIDA EN 1933?

En el año 1933 el transporte de la marina PAMPA, realizó el habitual relevo anual a la dotación de la estación científica de isla Laurie, en islas Orcadas del Sur. A su bordo, y con destino a Ushuaia, viajaba un nutrido grupo de turistas, entre los que se contaban miembros del Club Universitario de Buenos Aires, el agregado naval de la embajada estadounidense y su familia, y también un legendario periodista argentino, don Juan José de Soiza Reilly.

Arribados a Ushuaia, el capitán del buque, don Ángel Rodríguez, los invitó a acompañarlo en su derrota a isla Orcadas del Sur. Excepto por el agregado naval que consideró que el buque no era adecuado para viajes en mares polares y rechazó la invitación, los demás aceptaron el convite, y así se realizó el viaje del primer contingente de turistas antárticos, que Soiza Reilly, comisionado por la revista Caras y Caretas, publicó con abundantes ilustraciones fotográficas en ese medio. Habían de transcurrir 25 años hasta que otro transporte de la armada, el LES ECLAIREURS, al mando del capitán Eduardo J. Llosa, iniciara los modernos cruceros de turismo a la Antártida, realizando dos travesías desde Ushuaia en los meses de enero y febrero de 1958.

LA DÉCADA DEL CUARENTA: CRECE EL INTERÉS POR LAS TIERRAS FRÍAS

Esta época, contemporánea con la Segunda Guerra Mundial, marca una nueva etapa en la actividad antártica mundial, donde Argentina, Chile, Inglaterra y otros países intensifican su actividad antártica. Comienzan las conversaciones -que ya habían existido a principios de siglo entre Argentina y Chile- sobre la posesión territorial en el continente antártico. Un despliegue importante de los países interesados en el área se formaliza con la instalación de distintas estaciones permanentes especialmente en la Península Antártica y los archipiélagos que la rodean.

PUJATO EL VISIONARIO

Hernán Pujato, militar de carrera y auténtico visionario del futuro polar vinculado con su país, supo en su tiempo avizorar las perspectivas de un proyecto para quienes se ocuparan de ello. En el año 1949 elaboró un ambicioso plan de penetración en el continente, como parte de la afirmación soberana de los derechos argentinos en el lejano sur.

Debe señalarse que el pensamiento sobre soberanía predominaba en la época sobre los entonces escasos pretendientes al acervo polar, pretensión que se respalda en títulos y precedentes históricos y que se halla virtualmente suspendida por la vigencia del Tratado Antártico desde el año 1961.

Brevemente descrito el proyecto Pujato consistía en: 1º) la fundación de un instituto polar que concentrara la actividad científica a desarrollar en forma sistemática y coordinada, programando planes de investigación que integrara hacia el futuro la actividad en las materias que desde 1904 desarrollaba la estación de isla Laurie con los avances que producían las nuevas generaciones de científicos, profundizando el conocimiento del continente; 2º) preparación y realización de una expedición polar a partir del establecimiento de una base permanente al sur del Círculo Polar Antártico; 3º) Establecimiento de una población con factoría y astillero naval en el norte de la península, también de carácter permanente; 4º) compra de un buque rompehielos que posibilitara llegar al sur del mar de Weddell y establecer en la barrera de hielos de Filchner una estación a 1200 kilómetros del Polo Sur, con vista a la posterior conquista de ese hito geográfico.

Fue el mismo Pujato quien llevo a cabo la mayor parte de su proyecto. Así en el año 1951 contrató un buque privado de la empresa Pérez Companc de transportes patagónicos, que por el valor simbólico de un peso charteó el buque para desembarco de tanques SANTA MICAELA y transportó a su gente y los materiales hasta bahía Margarita, al oeste de la Península Antártica y al sur del Círculo Polar para construir la base General San Martín. El mismo Pujato gestionó ante el gobierno nacional la compra del rompehielos General San Martín y a su bordo transportó los elementos para fundar la segunda base al sur del círculo, en el mar de Weddell, a la que denominó General Belgrano.

Debe señalarse que Pujato fue protagonista de las primeras invernadas a partir de la fundación de aquellas bases. Y lo que especialmente debe destacarse que el inicio de la proyectada expedición al Polo Sur en una zona geográfica desconocida como lo era por aquel entonces el área sur del mar de Weddell. Pujato, como piloto de un pequeño monoplano Cessna, realizó una serie de vuelos de descubrimiento hacia el sur desde la base Belgrano, en regiones inexploradas hasta entonces, aportando un amplio conocimiento de las formaciones montañosas y configuración general de la que había de ser en el futuro la ruta al Polo Sur. Algunos años después, en l965, su discípulo y subordinado Jorge Leal, habría de lograr el empeño del visionario arribando al extremo más austral de la tierra.

El proyecto Pujato significó un importante paso en el conocimiento científico de la Antártida, a la vez que sirvió para preparar personal científico y técnico que sirviera a la participación antártica de la República Argentina, hoy dentro del marco más amplio que creó el Tratado Antártico.