10º ENCUENTRO DE PATRIMONIO INTANGIBLE DEL FIN DEL MUNDO
El último preso sobreviviente volvió de visita a la ex Cárcel del Fin del Mundo
13.04.2007
Lugar Salón de usos múltiples del Museo Marítimo de Ushuaia.
Organizado por El Museo Marítimo de Ushuaia y la Municipalidad de Ushuaia. En esta ocasión los protagonistas son la Sra. Haide Romero, hija del guardiacarcel Romero y del Sr. Santiago Vaca, un ex presidiario que cumplió una condena de 6 años en la década de 1940 y considerado el único ex presidiario vivo.
Con gran lucidez a sus 93 años, relató sus penurias de presidiario, cómo fue condenado por herir a un cabo del Ejercito en una riña durante la conscripción en su Salta natal; cómo fracaso su intento de fuga porque a su compañero se le congeló un pie y un aborigen los delató; y cómo en esos días de encierro comenzó a jugar ajedrez.
Luego los invitados compartieron un riquisimo locro Entrada libre y gratuita.
Nota del Diario Clarin 23.03.2004
SANTIAGO VACA, DE 89 AÑOS, QUISO DARSE EL GUSTO Y AYER LO HIZO
El último preso sobreviviente volvió de visita a la ex Cárcel del Fin del Mundo
Compartió el presidio de Ushuaia con personajes siniestros como Santos Godino ("El Petiso Orejudo"). Cumplió una condena de 5 años por pegarle un tiro a un cabo en el Ejército. Clarín recorrió con él el penal, hoy museo, y reconstruyó su historia increíble.
Después de 63 años, Santiago Vaca volvió al infierno del fin del mundo: el presidio de Ushuaia, donde soportó cinco años por haberle disparado un balazo a un cabo, en el ejército.
El penal ya es desde hace años un museo, y su fama —la de ser el lugar de detención más impiadoso del país—, forma parte de su leyenda. Pero para Vaca, el recuerdo del traje a rayas amarillo y negro y de las jornadas agotadoras aún sigue vivo en la memoria.
Santiago Vaca tiene hoy 89 años. Dentro de un mes y algunos días cumplirá 90. Y —dice— "no quiero morirme sin recorrer las celdas y los pasillos que tanto sufrimiento me trajeron cuando apenas era un muchacho de 20 años".
Los ojos se le humedecen, la voz le tiembla pero no deja de mirar el cieloraso de la celda, como tratando de encontrar los fantasmas de ayer. "Era apenas un chiquilín cuando cumplía el servicio militar allá en Campo Los Andes, en la provincia de Mendoza«--cuenta—. Apenas faltaba cuatro meses para que me dieran la baja. El cabo Robles era un soberbio, mal educado y prepotente. Un día discutimos por una orden que yo consideraba injusta. El resultado de esa discusión fue que tomé un arma y disparé. Felizmente no lo maté, hubiese cargado con ese crimen toda mi vida".
Lo juzgó un Concejo de Guerra y lo sentenció a cinco años de prisión en la cárcel mas tenebrosa de la Argentina de entonces: este presidio para delincuentes reincidentes de alta peligrosidad. Aquí, Vaca, que había nacido en Salta y, según cuenta su hija, "era un inocente changuito", debió compartir sus días con gente de avería (ver Un penal...).
Un barco de la Armada lo trajo a Ushuaia. Santiago recuerda cuando el buque se alejaba. Miró hacia la bahía y dijo: "Señor de los Milagros, no te olvides que aquí va un salteño que tiene que volver".
"Me asignaron un número, el 21, me dieron la ropa a rayas amarillas y negras de presidiario. Todavía siento en mis oídos el ruido del cerrojo cuando cerraron la puerta de la celda. Esa noche no dormí. Sólo caminaba y lloraba recordando a mi madre, que imaginaba sufriendo como yo.
Santiago, alto, delgado y canoso, camina en su celda de la misma manera que lo hizo hace 60 años. Sacude la cabeza como negando lo vivido hace tanto tiempo.
Se le acerca un matrimonio uruguayo que con un grupo hace la excursión al presidio. No pueden creer que están frente a un ex presidiario. Ambos lo miran como si fuera de otro planeta. Santiago siente un poco de vergüenza y se retira del grupo sin decir palabra.
El día de un presidiario de aquella época era muy largo. En invierno se levantaban a las 7, vaciaban el "Sambuyo" (recipiente donde hacían sus necesidades) y luego hacían el desayuno
.Su primer oficio fue el de alambrador: reparaba y alambraba el cerco del presidio. Luego fue soldador y, por último, ayudante de maquinista.
Los presos comían en sus celdas, nunca en grupos. El único entretenimiento era, dos veces al año, llevar cada uno su banquito de madera y sentarse en la puerta del edificio a mirar hacia la montaña o la bahía.
"Desde el primer momento que entré a la cárcel sentí la necesidad de escapar. Sólo tenía que esperar la oportunidad. Esa oportunidad llegó un año después. A mí y a un grupo nos mandaron a cortar leña al monte. Ante un descuido de los guardianes, con Cáceres, el compañero de pabellón con que habíamos planificado la fuga, ganamos el monte y escapamos. Queríamos llegar a la frontera con Chile. A los seis días encontramos a un indio que iba al pueblo, según él, a buscar vicios. Le pedimos que no contara a nadie que nos había visto, y nos mostró un camino para llegar a la frontera. Al otro día nos atraparon con perros. El indio nos había vendido".
Para Carlos Vairo, director del Museo Marítimo, la de Vaca es una visita para mantener vivo el recuerdo y se enmarca en el programa "Encuentros con a Memoria", un programa de la UNESCO.
"No queremos resaltar la figura de un ex presidiario. Sólo buscamos mantener viva la memoria de aquellos hechos importantes de nuestra historia", afirma el investigador.