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Miradas - Araz Hadjian


  • Museo Maritimo y del Presidio de Ushuaia 199-299 Yaganes Ushuaia, Tierra del Fuego, V9410 Argentina (mapa)

UN GRAN CUADRO DE MIRADAS de ARAZ HADJIAN
¿Qué mira el hombre del acordeón, atravesado por el viento que mueve las flores en la tela? ¿A quién la mujer, largo cuello dorado? ¿Qué dice la mirada del monje, tan dura como la piedra que la enmarca? ¿Hacia dónde van los ojos de la joven pelirroja, plagada de marcas y dolores? ¿Qué dicen las cejas arqueadas de esa mujer que mira detrás de la puerta, que le pide permiso al verde para ser -ella también- imagen? ¿A quién apuntan los niños con sus armas de juguete? ¿A quién le habla la vista perdida de aquél, demasiado rodeado de dioses y vírgenes y, sin embargo, tan solo? ¿Qué dicen las miradas desafiantes de la niña, del niño, del que abre la puerta, del que impreca y pregunta? Araz Hadjian compone un gran cuadro de miradas, cuyo objeto, sentido o destinatario es un perpetuo interrogante. No sabemos nada de esos seres; nada, más allá de lo que Araz quiere que sepamos. Entonces las preguntas se suceden, se reproducen. Y nosotros, lectores de signos, miramos y creemos rasgar el velo, asir la verdad escondida, aunque aquello que vemos bien puede ser nuestra propia ficción. Araz compone cada cuadro retaceando el campo completo, es decir vemos al hombre tocando su instrumento, vemos cómo vuelan las telas recién colgadas, vemos las sábanas plagadas de una alegría floral que no posee la cara arrugada del músico, pero no vemos hacia dónde se dirige la mirada de ese hombre; vemos a la niña tomando la mano del militar, confiada, pero no vemos al hombre cuya mano la toma, no sabemos cuánta seguridad guardan esas palmas enlazadas. Hay un mundo ausente que puebla cada imagen, que está fuera de la lente, que Araz elige correr de la cámara pero que está, en verdad, en el centro. Las fotos de Hadjian poseen una falta constitutiva, construyen un cuadro donde la mirada es la clave; una mirada que se compone de cuerpo, paisaje y, ante todo, de ausencia. Ese tipo de composición comulga, a su vez, con otro tipo de falta. En las fotos de Araz, (excepto en aquéllas filiales), aún cuando veamos a hombres junto a otros hombres, o a mujeres con otras mujeres, no vemos casi diálogo alguno entre ellos. Esa individualidad atraviesa el universo de esta exposición: es la mujer que mira al celular en el aeropuerto en paralelo al hombre que mira hacia el cielo y abre la boca como si quisiera aspirar la sorpresa del día. La soledad es una constante de este gran cuadro de miradas; y digo cuadro porque hay un interés casi impresionista en la creación y composición de cada imagen; y digo soledad porque es la marca que habilita la falta. El arte de Hadjian es saber ver a cada hombre en el campo, cada mujer en la piedra, cada niño en la guerra y en el juego, cada religión en la ciudad o fuera de ella. Se trata de sujetos del pueblo, atravesados por un color, un cielo, una historia. Araz nos dice que hay belleza en cada uno de ellos, nos dice que hay belleza en la falta. La poeta Hilda Hilst declara en una de sus baladas: “Yo cantaré a los humildes/ los de lengua trabada/ y ojos ciegos/ aquellos a los que el amor hirió/ sin derrumbar./ (….) Cantaré el grito/ de escucha universal/ y de misterio nunca develado”. Como ella, Araz eleva su propia música: las fotos de esta exposición también gritan, cada una a su modo, en su idioma, con su propio paisaje, gritan el silencio de un mundo que esta ahí acicateando, un mundo presente que ella y su lente nos recuerdan que existe. Somos, así, al entrar en cada foto, el niño sonriente con el cigarrillo en la mano, somos la viajera caminando en el barro y también cada pertenencia que porta en su espalda, somos la mujer que fuma el narguile y también el humo que alcanza a todos sus muertos. En esa soledad, que es plural, Araz Hadjian eleva su canto. Loreley El Jaber.